En estos conciertos del frío del solista, Pedro Casamayor
Rivas, se ha vestido de tierra. Su melodía de invierno nos despoja de un tiempo
de impostura y artificio, desde donde el autor arrastra con el viento de sus
versos honestos la hojarasca de lo vano, de todo lo que ha cortado sus raíces y
por ello, ha de pudrirse sin remedio.
Nos envuelve su música en notas de certeza cadenciosas que
van in crescendo, sorprendiéndonos
con los abruptos silencios de sus finales, con la guillotina de sus sentencias.
El viento al que invocan sus violines nos invita al cambio
con paréntesis de silencios, pues sólo en el silencio se reconoce la herrumbre,
se repara en el desorden y cada elemento encuentra su acomodo.
Lectura de los poemas:
La oxidada canción (p.
34), El blus de las mentiras (p. 25), Agitador de mariposas (53 p.) y Elegía
anticipada (p. 44).
El autor se viste de tierra. Y para dar sus frutos, reclama
el beso de la lluvia, pues es en el agua donde germina la vida. Agua en forma
de torrente líquido que penetra en la roca convirtiendo lo inanimado, lo
estéril en campo abonado.
Lo hace, a veces pausadamente, como las notas de un piano de
cola. Sus gotas se dejan sentir melancólicamente, para convencernos de que todo
ha de morir para renacer de nuevo. O lo hace en forma de nieve: la capa
inmaculada que cubre la tierra y la convierte en lodo, donde fermentará todo lo
caduco. Con la nieve, el tempo se
hace más lento, casi grave, se torna
solemne. El poeta se recoge, dirige la mirada a su interior, medita y formula
su alegato a favor de la naturaleza, de lo que fluye de forma natural, se
reconoce en el cambio de las estaciones, en la mudanza del tiempo, en la música
del ciclo de la vida.
Lectura de los poemas:
Hombre de lluvia (p.28),
Espantapájaros (p. 33), Postigos (p. 37), Música de nieve (p. 70).
Los conciertos del frío son la mudanza, el cambio, en ellos
tiene el fuego su impronta purificadora, nos devuelve a la tierra en forma de
ceniza que hará resurgir al hombre nuevo, a la mujer nueva, esos que se
desprenden de todo lo que los aleja de su esencia: de los triunfos baldíos, de
la ambición desmesurada, de los fuegos fatuos.
En Los conciertos del
frío se nos advierte de la necesidad de meditar, tomar conciencia de que
somos como el suelo que pisamos. Por eso debemos aprender en la escuela de la
naturaleza, donde no podemos fabricar un ciclo de la vida a nuestro antojo, sin
el concurso del frío, la escarcha, el viento y la lluvia que remueve nuestro
acomodo.
En ellos la poesía se hace raíz, se nutre de la idea de
cambio, pues es el solsticio de invierno el que marca el fin y el inicio, la
muerte y el renacimiento, el regreso del alma al mundo espiritual.
Lectura de los Poemas: Cal
viva (p. 67), Pipas de calabaza (p. 32) y La mentira del Karma (p.41).
Carmen Hernández Montalbán
Guadix, 19 de junio de 2017