LA CARBONERÍA (Sevilla), a seis de diciembre de 2019.
Buenas tardes, amigas y amigos. Estamos
hoy reunidos en este local de la calle Céspedes, buque insignia de la vida
artística e intelectual sevillana, para celebrar un acontecimiento literario
largamente esperado como es la presentación de la novela Memorias de la cautiva de Carmen Hernández Montalbán.
Muchas gracias a La Carbonería, que nos
abre sus puertas y a todos vosotros por vuestra grata asistencia.
Deseo ante todo expresarle a Carmen el
más vivo agradecimiento por contar conmigo para presentar en nuestra ciudad su
libro Memorias de la cautiva,
galardonada merecidamente con el premio Alféizar de novela 2019. Asimismo,
quiero darle la bienvenida en estos días en que Sevilla cobra una nueva
apariencia, más luminosa, más brillante, por ser estas fechas, cercanas a la
Inmaculada tradicionalmente el comienzo oficioso de las fiestas navideñas. Me
siento especialmente honrado por presentar no solo a una escritora tan admirada
por mí, sino también a una persona amiga caracterizada por una increíble
sencillez y humanidad, como bien saben quienes de vosotros la conocen.
Me gustaría recordar en el día de hoy
como notable efeméride literaria la muerte de Baltasar Gracián en 1658.
Escritor nacido un 8 de enero de 1601 en Belmonte (Cuenca), fue maestro de
Gramática en Calatayud, y precisamente contemporáneo de los protagonistas de
esta novela que gira en torno a la figura y los descendientes de Antonio Mira
de Amescua, dramaturgo nacido en Guadix en 1577 y fallecido en esa misma ciudad
en 1636.
Antes de hablar de su obra, quiero
decir algunas palabras sobre la autora. Carmen Hernández Montalbán, accitana de
nacimiento y de vocación, no solo es una
creadora polifacética, sino también una persona generosa y entrañable,
que tuve el privilegio de conocer personalmente, junto a su querida hermana
Dori, durante la entrega de los premios “Guadix, primavera y vino” de 2017.
Persona acogedora, lúcida y cabal, esta “poeta que no cesa”, es presidenta de
la Asociación para la Promoción de la Cultura y el Arte “Absolem, la Oruga
Azul”, también es actriz de teatro y escritora sobresaliente en los géneros
tanto de narrativa (Cuentos del viejo
Wadis, Leyendas de Sulays...), como de poesía (La luz del fin de la Tierra, Los anillos de Saturno...). Sus
escritos se encuentran en antologías diversas, y cuenta con numerosas
colaboraciones en diferentes publicaciones. Por otro lado, Carmen es licenciada
en Documentación por la Universidad de Granada, ejerciendo su labor en el
Archivo Diocesano y Capitular de Guadix, sito en el antiguo templo mudéjar de
Santa María Magdalena del siglo XVIII, un verdadero tesoro en una población
plagada de ellos, como la iglesia de Santiago, la catedral de la Encarnación,
la Alcazaba o el Barrio de las Cuevas... Y es precisamente esa ciudad a la que
rinde homenaje nuestra autora en esta obra de impecable factura.
Sobre la novela habría mucho que decir.
Ven ustedes mi ejemplar lleno de anotaciones pues es una obra realmente rica,
llena de detalles y referencias interesantísimas, de personajes intemporales y
perfectamente delineados y caracterizados.
Intentaré resumir mis sensaciones e impresiones en unas pocas palabras.
Me gustaría hacer referencia al prólogo
de Jorge Rafael Marruecos Hernández, creador accitano notable por su labor
musical, pictórica, así como en el mundo de la palabra. Con certera y
afortunada expresión afirma Marruecos que la novela “es Carmen”, a quien se reconoce
en sus páginas por ser ante todo una obra muy humana, llena de historia pero
también de vida. Afirma que daría lugar la presente novela a un nuevo género
narrativo que sería la “novela amable”. Estoy de acuerdo en tal aseveración por
el tratamiento tan serio y minucioso, pero tan humano a la vez, de las
personalidades, sucesos y avatares de los protagonistas en una mezcla de
sentimientos e intriga que pocas veces he conocido en un escritor
contemporáneo; sin embargo, yo la encuadro sobre todo en el género de la novela
histórica, novela histórica en el mejor sentido de la palabra. Efectivamente,
este ha sido un género de éxito que se ha hecho especialmente popular desde
principios de la década de los 2000, a partir sobre todo de las obras del
escritor estadounidense Dan Brown. El
tratamiento de los hechos históricos en las novelas de este tipo se ha
caracterizado por la explotación del elemento legendario, recreándose en lo
oculto, lo esotérico: sociedades secretas, mensajes cifrados proveninetes del
pasado... Tales componentes se han amalgamado en numerosas obras con desigual
fortuna según los conocimientos o a fantasía de los autores. Sin embargo, a mi
modo de ver, en tales obras se echa de menos las características que deben
prevalecer en la auténtica novela histórica y que están presentes en Memorias de la cautiva: la rigurosidad
del estudioso junto a la sensibilidad del poeta, de esa poética de lo cotidiano
que es capaz de recrear quien verdaderamente conoce la historia -o más bien
intrahistoria- “real” de un tiempo preciso. En la novela de Carmen Hernández
Montalbán hay un ir y venir de personajes y situaciones reales junto a
personajes y situaciones ficticias, pero tratados estos últimos de una manera
tan escrupulosa y con tanta sensibilidad, que siempre van a parecernos
verosímiles, cercanos y frescos... Todo suceso histórico es recreado en su
humanidad, de modo que, por ejemplo, la revuelta morisca de 1568 nos lleva a la
triste realidad cotidiana de los conversos que, siendo españoles, sufrirán la hostilidad
y la incomprensión de muchos de sus compatriotas.
En cuanto al marco cronológico, la
acción de la obra se desenvuelve entre 1644 y 1648. No obstante, tienen lugar
continuos saltos atrás en el tiempo, pero tan bien hilvanados que, pudiendo dar
lugar en otros autores a un complejísimo argumento, en ella no hay lugar para
la pérdida del hilo conductor de la trama. La naturalidad y soltura con que son
tratados los hechos se combina con los componentes de una auténtica intriga
-presencia de un misterioso testamento, el cofre, el manuscritos, secretos no
confesados...-, elementos unos y otros dedicados a revalorizar y dignificar una
época, un personaje real e histórico y una ciudad.
A este respecto, podemos hablar, aparte
de una novela coral narrada en tercera persona y enriquecida con las
variopintas voces del rico mundo que ofrecía el Guadix del XVII -reflejo de una
España y una Europa singulares-, también sobre todo de una acción perfectamente
contextualizada por sus continuas alusiones al arte suntuaria, la gastronomía o
la medicina. Recordemos, las minuciosas descripciones de muebles y aposentos,
detalladas recetas de guisos, o la referencia a los síntomas y tratamiento de
la varicela (“lechina”). Junto a estas alusiones, asistimos como espectadores privilegiados
a la procesión del Corpus o la fiesta de San Antón de una ciudad que revive
ante nosotros, mirándonos a los ojos, mientras la contemplamos a ella respirar
y bullir.
Son tres las historias resueltas con
inusitada sencillez, en suma, que esconden un laborioso proceso de
investigación y reflexión; lo cual no hace más que reafirmarnos, conforme nos
adentramos en la trama del libro, en la idea de que Memorias de la cautiva es una auténtica novela histórica en la
mejor tradición de los clásicos de dicho género.
Para terminar, no me queda más que
aludir a ese mensaje final, encerrado en los últimos párrafos del libro, que
supone una verdadera y necesaria llamada a la tolerancia y generosidad,
ingredientes que hacen posible una real convivencia entre personas aparentemente
distintas, recordándonos el hecho de que las fronteras son siempre algo
relativo y artificial, más presentes en nuestras mentes que en nuestra vida
diaria y en nuestros sentimientos. Un final redondo para una obra que habla con
sabiduría de la vida y de la historia de unos hombres y mujeres intemporales
por cuanto siguen amando, sintiendo y viviendo en todos nosotros.