Sobre el mantel de flores blancas y rojas, un cortapicos
negro corría desorientado. Las flores comenzaron a danzar ante sus ojos cuando
apuraba la sexta copa de vino de Iruña, agudizó la vista maravillado ante el
prodigio. Se inclinó sobre la baranda del balcón tambaleante y alguien lo
agarró del pañuelo rojo anudado a su cuello, evitando que se precipitase sin
remedio sobre la multitud que invadía la calle. El encierro había comenzado.
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