Frente
al folio impoluto, la angustia lo asaltó desprevenido. La responsabilidad, como
una losa plúmbea, cayó repentinamente sobre su ánimo. Había llegado la hora de
que el fruto de su esfuerzo se viera reflejado en aquel papel. Demasiado tiempo
invertido, un tiempo precioso que cualquiera que fuese el resultado, jamás
volvería a recuperar. La cifra del dinero invertido en su preparación
parpadeaba, iluminada de rojo en su conciencia. Un zumbido de oídos de origen aprensivo
diluyó por segundos cualquier sonido. Los temas elegidos por sorteo tardaron
una eternidad en ser procesados por su entendimiento. El pupitre de formica
avellana comenzó a balancearse ilusoriamente
ante su vista. El impulso fue el de huir, abandonar aquel salón de actos cuanto
antes, pero se contuvo e hizo un último intento de controlarse. La información
se le agolpó en la memoria como un
amasijo de de datos en el transcurso de unos segundos. Improvisó el comienzo
con retales de párrafos deslavazados que intentó hilvanar sin demasiado éxito.
Avergonzado de tanto plagio de expresiones, tachó tantas palabras que terminó
por fusilar las frases. El tiempo avanzaba con una rapidez inmisericorde. Al
fin se hizo la luz y comenzó a recordar con una nitidez asombrosa, los
conceptos se precipitaban al fin pujando por salir, mientras el cerebro daba
las órdenes a su mano con la velocidad del rayo instándole a escribir y cuando
estaba a punto de hacerlo, escuchó la voz que lo devolvió a la realidad ¡Entreguen
sus guiones, la película ha terminado!
Muy conseguido¡¡
ResponderEliminarGracias José Luis, a veces la imaginación nos hace un guiño.
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