UN DIAMANTE CASI DE VERDAD



En la vida, cada minuto es un milagro que no se repite
Anónimo
Se escucha el viento silbar, de vez en cuando las ráfagas arrastran una lluvia diminuta. Las gotas chocan contra el parabrisas, como cristales iluminados a intervalos por un sol amordazado de nubes, a las que también de vez en cuando consigue burlar.
-          ¿Qué tal si hoy hacemos una excepción y nos vamos a cenar fuera?
¿Una excepción? Se pregunta mientras asiente, intentando no mostrarse sorprendida. Después de un día tan ajetreado, lo único que desearía es llegar cuanto antes a casa, darse una ducha caliente, tomar un vaso de leche tibia y sumergirse sin preámbulos en el sueño. Pero hacía una eternidad que él no traspasaba la barrera narcotizante de la rutina y esta propuesta repentina le hacía sentir una mezcla de curiosidad, excitación y vértigo.
Hacía tiempo que el silencio se había establecido entre ellos como un acuerdo tácito, desde aquel día en el que ella para ponerlo a prueba, le soltó a bocajarro que quería un diamante como regalo de su décimo aniversario de bodas. Él soltó una carcajada a modo de respuesta, pensando que aquel despropósito no podía ser menos que una broma. Pero lo taladró con la mirada, cogió su bolso y se marchó de la cafetería como alma que se lleva el diablo. Ruborizado y confundido, su marido salió tras de ella sin pagar la cuenta y tuvo que volverse ante la llamada de atención del camarero. ¿A dónde quería llegar con todo esto? Era un humilde empleado de correos, tenían tres hijos a los que mantener y su sueldo apenas daba para llegar a fin de mes, no podían permitirse semejante capricho. La estuvo buscando toda la tarde, llamó a la casa de sus padres, telefoneó también a casa de algunas amigas, se acercó a la biblioteca a la que solía ir de vez en cuando, pero ni rastro. Finalmente, cuando ya empezaba a oscurecer, la encontró al doblar una esquina, parada junto al escaparate de una joyería, absorta mirando aquel anillo, cuya piedra insultante y transparente brillaba bajo la luz artificial con el resplandor hipnótico del diamante. De no ser porque minutos más tarde se disculpó con él, su marido hubiera podido pensar que había perdido el juicio.
Ella se merecía un diamante ¿cómo es posible que él no hubiera sabido verlo, admitir que merecía ese reconocimiento?- pensaba mientras atravesaban la avenida y tomaban el desvío hacia el muelle- contemplar aquel anillo en el escaparate de la joyería, había hecho saltar los resortes que le hicieron tomar contacto con la realidad de su vida. Sin tiempo para nada, embebida en la lucha diaria, los hijos, los pañales, el sarampión, la casa, las facturas, la bata como indumentaria oficial, las marcas blancas en el supermercado, el ahorro, el mísero ahorro por si llegara el caso que…, nunca se sabe lo que puede ocurrir…
Pero en realidad no se sabe nada ¡nada! ¿Quién puede saber lo que va a pasar mañana? Los días pasaban sin un brillo que no fuera los ojos de sus hijos o las caricias apresuradas y mecánicas de los sábados por la noche con su esposo.
Mientras avanzan, un nudo en la garganta la toma por sorpresa. Van camino del muelle ¿A dónde van? Cerca de allí sólo hay un restaurante, con una hermosa terraza que da al mar, el del mirador. Cenar allí cuesta un ojo de la cara. Sin embargo parece que ese es el destino elegido, pues lo ve aparcar y ahora, ante su cara de sorpresa, le abre la puerta del coche por fuera y la invita a salir.
Camina como si flotara, incrédula  y ya dentro del comedor repleto de mesas con manteles blancos impecables, se mira de reojo en una columna de cristal de múltiples tonos azules y no se reconoce.  Les asignan una de las mesas en la terraza, desde la que se puede contemplar un panorama espectacular del puerto, que a esa hora se va iluminando como un cuenco con mariposas de aceite encendidas.

-          Por favor, tráiganos la carta y una botella del mejor Sauvignon…
No es posible que esto esté ocurriendo –piensa- mi marido está perdiendo el juicio, le tocó la lotería o me está siendo infiel,  porque si no es así ¿a qué viene esto?
-          ¿Te sientes bien?
-          Sí, muy bien gracias –contesta torpemente
-          ¿A qué vienen las gracias? Soy tu marido, no un desconocido- dice con ternura.
Cierto, era su marido, sin embargo desde hacía bastante tiempo, su marido era ese extraño que ordinariamente ocupaba por las noches el otro lado de la cama, almorzaba cuando podía en casa, compartía con ella los gastos, la hipoteca y muy ocasionalmente algún que otro momento de pasión.
-Te preguntarás qué celebramos esta noche o qué mosca me ha picado, para que tal día como hoy, un día cualquiera, nos hayamos desviado del camino que nos conduce a casa. Luisa, mira la luz de esta copa, fíjate en el brillo que refleja. Si la observas bien verás que es diferente al que proyecta la tuya. Aunque las dos parecen idénticas, no lo son, como tampoco es el mismo el lugar que ocupan en la mesa. Esto nos lleva a la conclusión de que somos diferentes, únicos e irrepetibles. Y que una vez que desaparecemos, algo singular desaparece, por lo tanto mi amor, esta noche celebramos la vida.

Texto: Carmen Hernández Montalbán
Ilustración: Elena Hernández Torres


LOS ENCUENTROS CIBERNÉTICOS (Cuento)

“Aquí vemos que la adolescencia,
en especial las señoritas,
bien hechas, amables y bonitas
no deben a cualquiera oír con complacencia,
y no resulta causa de extrañeza
ver que muchas del lobo son la presa.
Y digo el lobo, pues bajo su envoltura
no todos son de igual calaña:
Los hay con no poca maña,
silenciosos, sin odio ni amargura,
que en secreto, pacientes, con dulzura
van a la siga de las damiselas
hasta las casas y en las callejuelas;
más, bien sabemos que los zalameros
entre todos los lobos ¡ay! son los más fieros.”
“La Caperucita Roja” Charles Perrault  (1628-1703)
El amor, como el café, hay que tomarlo a pequeños sorbos, ya que si no es así no hay cuerpo que lo resista. Al igual que el café instantáneo pierde cuerpo y aroma, el amor poco hecho, deja el ánimo revuelto y una sensación de fraude.
Yo no soy bebedora de café, por lo tanto, no es mucho lo que puedo decir sobre el mismo. La última vez que probé sus efectos, me dejó el estómago en un puño y los nervios destrozados, pueden creerlo, con el amor me pasa lo mismo.
Hoy día la inmediatez está servida, aprietas un botón y cambias el canal de la tele en un segundo, puedes calentar la comida en el microondas en un plís plás, subes o bajas de una planta del edificio a otra, una máquina expendedora te sirve bebida, comida o tabaco al momento, tan sólo con pulsar un simple botón.
Fue también apretando un botón, el del ratón del ordenador, cómo conocí a Olasyespuma. Coincidimos en un chat y su nick me llamó la atención casi al instante. Tal vez porque me vino a la memoria la imagen de un anuncio, de algo que tenía  el frescor salvaje de los limones del Caribe. En seguida visité su perfil y vi la foto de un hombre atractivo, de mirada  profunda por encima de las gafas, que le daban ese toque intelectual irresistible y un encantador hoyuelo en la barbilla.
Olasyespuma, 50 años, ojos azules, complexión fuerte, de profesión empresario, separado, amigo de sus amigos, independiente, soñador, muy romántico. Leí de un tirón, aunque me preguntaba qué tenía de extraordinario ser amigo de los amigos, me detuve en los dos últimos calificativos para regresar de inmediato al hoyuelo en la barbilla.
Después de dos tardes de conversación virtual, en la que mis dedos volaban sobre las teclas, poseída por la febril curiosidad que me caracteriza y mi desbocada imaginación, concertamos una cita. El lugar de encuentro elegido era la cafetería Titanic de mi barrio. Más tarde caí en la cuenta de que una primera cita en un lugar llamado así no podía augurar nada bueno.
Me arreglé y perfumé primorosamente y hacia allí me dirigí casi en volandas, sin apearme de la nube que yo misma me había fabricado hacía tres días escasos. Conforme iba acercándome al lugar acordado, vi a lo lejos la figura de un hombre apoyado en un Peugeot 406, ese modelo que siempre me había horrorizado por asemejarse a un coche fúnebre. Allí estaba encallado un tipo de unas proporciones tales que en nada hacían evocar sustantivos tan dinámicos como las olas, o tan ingrávidos como la espuma. Mi primer impulso fue retroceder, pero viéndome dudar, me escondí tras un contenedor de la basura cercano.
¡Venga! ¿Qué te pasa –me decía- tú siempre has alardeado de ser una mujer espiritual ¿Ahora vas a discriminar a una persona, tan sólo porque  su aspecto exterior no encaja con la imagen del caballero andante que te has forjado?
Luego pensé que quizá me equivocaba y que aquel señor, después de todo, tal vez no era la persona con la que había quedado. Me recompuse y continué el trayecto hasta llegar. Pues sí, cuando me disponía a entrar en la cafetería haciéndome la despistada, el hombre me llamó:

-          ¡Hola! Perdona, tú debes de ser Claudia…
-          Sí  ¿Tu eres Olasyespuma?
-          El mismo –respondió mientras me desnudaba con la mirada- pero me llamo Juan, Juan Valdés.
Juan Valdés, como el del anuncio del café…, pensé.
-          Yo  en realidad me llamo Verónica
-          Bonito nombre.
En efecto, era él. Allí estaban las gafas, unos ojos de un azul imposible y el hoyuelo en la barbilla. Aunque del pelo negro de la foto del perfil, apenas quedaban algunos mechones intercalados entre las canas.
Una vez instalados en una mesa apartada de la cafetería, pedimos dos cafés instantáneos, y hablamos largo rato entre risas de temas variados, sobre todo él, no se podía decir que el hombre no tuviera tema de conversación. Aprovechando que alargué la mano para coger una servilleta, él la tomó entre las suyas y me la sostuvo  durante unos segundos. Yo lo miré sorprenda, entonces me guiñó picaronamente y pude ver espantada que un extremo de su iris celeste se tornaba marrón al  mover del ojo ¡Llevaba lentes de contacto de color!. Disimulé como pude mi sorpresa, pero al volver la vista a las manos bronceadas que aprisionaban la mía, especialmente la mano derecha, pude advertir la señal blanca de un anillo en su dedo anular. Él debió notar la descomposición en mi rostro porque se disculpó diciendo que tenía que ir un momento al lavabo… ¡qué consternación! Una vez que había entrado al servicio, decidí seguirlo y entré en el de señoras. Los WC de señoras y de caballeros  de la cafetería Titanic, tan sólo están separados por un tabique que no se alzan hasta el techo, por lo que se podía escuchar cualquier ruido, ventosidades incluidas.
Pude oír con claridad la conversación telefónica que Olasyespuma mantenía al otro lado a través del móvil.
-          ¡Hola mi vida!, te llamo para decirte que hoy llegaré un poco más tarde…, sí mi amor, estamos haciendo balance en la oficina y el jefe amenaza con fastidiarnos hasta el fin de semana. Sí, entonces ¿te encargas tú de recoger a los niños? ¡Gracias cielo!...
Salí de la cafetería haciendo el menor ruido posible, antes que Olasyespuma, ahora transformado en Juan Valdés regresara a la mesa, por supuesto sin despedirme. Me escabullí por una calle muy transitada, sin atreverme a volver la vista. Comencé a sentir en el estómago los efectos del café. Mi ánimo, a duras penas, rescataba sin remedio los restos de aquel naufragio.

Carmen Hernández Montalbán

Dibujo: Elena Hernández Torres







LO QUE VINO DE LAS PROFUNDIDADES

Lo que vino de las profundidades” es el título de un precioso libro que he tenido el placer de leer recientemente, justamente ahora, en otoño, cuando se inicia el declive de la fuerza del sol y el paisaje exhibe la danza de la naturaleza moribunda, aunque no por eso menos hermosa. La belleza de contemplar la policromía de los árboles que se visten de infinitos tonos verdes, amarillos y ocres, para después ir desnudándose con la caída melancólica de las hojas.
Y es que como bien decía Víctor Hugo en su poema “La belleza y la muerte”…
La belleza y la muerte son dos cosas profundas,
con tal parte de sombra y de azul que diríanse
dos hermanas terribles a la par que fecundas,
con el mismo secreto, con idéntico enigma.
Eduardo Moreno de Alarcón es el autor de este libro. En él nos presenta un total de siete cuentos  del género de terror o del misterio. Siete, un número cabalístico muy especial, ya que en la numerología representa el mundo del pensamiento, de la filosofía, de lo oculto, misterioso o inexplicable.
A través de su prosa trepidante se nos abre la puerta a escenarios imposibles, donde flota una atmósfera pesada. Visitaremos puertos de mar y sentiremos el sabor a sal transformarse en pesadilla delirante. Cómo el estrépito del rayo en una tormenta despierta del letargo a seres espantosos.  Nos sentaremos a la mesa de un tétrico restaurante, en el que tras el silencio y la inexpresividad pasmosa de sus empleados se oculta una auténtica  pesadilla. Respiraremos la niebla grasienta de un convento, cuyas religiosas elaboran y propagan el mal como un enjambre de avispas.
Los cuentos del autor manchego beben de las obras de los mejores maestros del género: Edgar Alam Poe, H. P. Lovecraft, Frank Kafka, Lewis o Guy de Maupassant. Pero tiene a mi parecer un estilo muy personal, explora diferentes y novedosas formas de narrar, posee profundidad psicológica para describir personajes, cuidando el tono del discurso en todo momento.
Os invito a leer estos cuentos y estoy segura que vais a disfrutar de su lectura tanto como yo la he disfrutado. No me cabe duda de que Eduardo Moreno de Alarcón muy pronto nos sorprenderá con un nuevo libro. Felicidades compañero.
 Carmen Hernández Montalbán

GENEALOGÍA