NOTAS PARA LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO “LOS ANILLOS DE SATURNO” DE CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN”, por Enrique Grac ia Trinidad. Casa del Lector, Madrid, Viernes, 8 de septiembre de 2017.

Ilustración de Enrique Gracia Trinidad

Estimados amigos:
            Tengo que contar un secreto que no lo es o no debiera serlo. Los poetas son gente peligrosa; sacan a relucir los sentimientos más intensos, esos que casi todo el mundo tiene miedo de airear; hablan de emociones humanas que si los seres humanos las pusieran todas juntas trastocarían el orden universal, -afortunadamente no hay forma de juntarlas-; hablan de la vida creando nuevas realidades, y menos mal que, en su ignorancia, casi nadie se lo cree porque si fuese así, el mundo cambiaría radicalmente, y eso no le conviene al mundo por lo visto, que sique prefiriendo su ceguera habitual.
            Esta poeta cumple esos objetivos como es debido: escribe sentimientos intensos, saca emociones profundamente humanas, crea nuevas realidades de vida.
Y además lo hace escribiendo bien –si no creyera que lo hace yo no estaría aquí- lo que es bastante más difícil, porque en estos tiempos que corren, una inmensidad de gentes, que se llaman a sí mismo poetas, se conforman con emociones y sentimientos, pero se olvidan de que la poesía es un arte, una parte primordial de la literatura, y se hace con palabras e ideas. Y luego pasa lo que pasa, que nos suenan a lo mismo de siempre y hasta aburren.
Carmen no, Carmen hace literatura y la hace llena de intención, de recursos, unas veces cumpliendo las normas convencionales y otras adaptándolas a lo que nos quiere contar, lo que no sólo es lícito sino recomendable.
Y es que esta joven es una poeta y una mujer de su tiempo: comprometida, sugerente, rotunda, decidida. No en vano arranca el libro con un poema titulado, al mejor estilo goyesco: “El sueño de la razón”, y lo termina con un escritor (que bien puede ser ella misma) que rescata una pluma casi abandonada, la humedece en sangre y escribe.
Cualquier literatura se escribe con tinta y la tinta lleva pigmentos, goma, tolueno, resinas y hasta cinabrio si se quiere tinta roja. Pero la tinta de la poesía siempre lleva una buena dosis de sangre (entiéndase sangre como sustancia de vida).
Cuando se dice que detrás de un libro de poesía siempre hay una persona, una vida, una forma de mirar, suele ser cierto y en este caso absolutamente cierto.
Detrás de estos versos puede verse a la niña de la cueva de Guadix con perfume a tomillo, arcilla mojada, leña quemada y cal; a la muchacha que quitaba los pinchos a los cactus para que no los hirieran, a la que no le iba mucho el punto de cruz que enseñaban las monjas, pero recuerda con cariño a la profesora Mercedes que le enseñó a leer y escribir.
Esta es la mujer que tiene en la memoria las lágrimas del abuelo Papavillo; las fotografías de Joaquín “el agujero”, fotógrafo ambulante vecino suyo; las palabras de Manuel “el loco” que decía haber comido rebanadas de aire con rodajas de viento”; los ánimos del profesor Francisco, que la llamaba poetisa para que siguiera esforzándose en todo lo artístico; los aplausos al primer grupo de teatro que organizó cuando tenía once años, y luego otro en la universidad.
Esta es la que reconstruye su árbol genealógico, llegando hasta el mismísimo siglo XVII, descubriendo antepasados franceses y granadinos, comerciantes de pan y fruta, pastores, labradores, fabricantes de guitarras y hasta un obispo que está a punto de que lo canonicen.
Esta es la escritora llena de experiencias vitales, que ha trabajado limpiando casas, recolectando tomates, de taquillera en un museo, de canguro, de payaso en fiestas infantiles, haciendo genealogías por encargo y de documentalista en bibliotecas y archivos, que esa es su titulación universitaria.
Cuando la experiencia vital es mucha, el poeta crece, y este es el caso de Hernández Montalbán. Yo la veo crecida no sé si en experiencia, que también, pero sí en experimento, que es algo mucho más proactivo como diría mi maestro el artista Labra Suazo.
Desde la memoria de aquellos escenarios de su niñez –la cito a ella misma- “Cuevas para vivir, cerros, secanos, cal y luz, amaneceres lunares, mediodías cegadores y atardeceres dorados”, hasta la vida de hoy: lectora impenitente, un poco yogui, algo ascética, rodeada de buenos amigos, metida en proyectos teatrales, colaborando en grupos literarios, revistas y colectivos y amante de los mejillones al vapor, el salmorejo, los paseos por el campo, las buenas conversaciones y el pisto.
Ya sé que han venido ustedes a la presentación de un libro y están escuchando datos de la autora y poco del libro. Pero eso se explica fácilmente.
El libro lo van a leer todos (si alguno no va a hacerlo, ya se puede largar de aquí con viento fresco); y a mí nunca me gustó empezar a decir lindezas: “que si hay que ver qué bien escrito está, “que si tiene un par de oximorones, dos epanadiplosis, unos poemas anisosilábicos muy buenos, unos pentámetros de no te menees y dos metonimias de tomo y lomo…”.
Todo esto no sirve para nada porque ustedes lo van a ver mejor que yo, sin pararse en nombres raros o definiciones de manual pretencioso, y lo van a disfrutar en directo. Y maldita sea si necesitan que un presentador pesado les de la tabarra en plan crítico y académico –dos condiciones que más vale que se olviden antes de abrir un libro de poesía-.
Además, Eduardo Moreno Alarcón ya ha hecho una muy bien tramada introducción que aparece en el libro y que les recomiendo que lean también.
Yo, en lo que aquí me toca, prefiero poner en suerte a la poeta, a la persona que hay detrás de la poeta y que luego el libro se valga por sí solo, que seguro que lo hará.
En todo caso, permítanme que, si empecé diciendo que los poetas en general son gente peligrosa, lo repita ahora, refiriéndome en concreto a esta autora que hoy tenemos entre nosotros.
Siempre recuerdo los magníficos versos del maestro Pessoa:
“El poeta es un fingidor / finge tan completamente / que hasta finge que es dolor / el dolor que en verdad siente”
Pues bien, también se cumple en Carmen esta condición tremenda, pero sustancialmente poética. Parece que nos engaña, pero es un fingimiento de lo auténtico, de lo más real. Nos plantea un libro llamado “Los anillos de Saturno”, y cuando parece que nos va a contar cosas del espacio sideral, se larga con unos poemas absolutamente terrestres, llenos de compromiso, de búsqueda, de denuncia. Y salta de Venus a un corte de mangas, de Mercurio a La Celestina, del conocidísimo Eros a un selfie, la cárcel de Guantánamo o la mismísima bruja Piruja.
Es decir, que en este libro repleto de sorpresas, de denuncias, de ternuras, de ironías y de saltos al vacío –la poesía siempre es un salto al vacío-, la autora hace alarde de actualidad y de conciencia, de cansancio y esperanza; y, sobre todo de algo que estimo en los poetas sobremanera: de escribir para todos y de todo. Al contrario que gran parte de los poetas actuales que aburren a las ovejas de tanto mirarse su propio ombligo, hablar sólo de ellos y creerse que todo gira alrededor suyo, nuestra poeta nos busca cómplices de su pensamiento, nos compromete, no quiere que salgamos ilesos de su lectura sino pensantes y dolidos, solidarios y un poco más humanos.
Sólo por eso, que no es poco, acepté de mil amores presentar a esta poeta que les recomiendo sin contemplaciones.
No van a salir ilesos de esta sesión de hoy. En realidad nunca se sale ileso de una buena sesión poética, de la lectura de unos buenos versos.
Pero no les importe. Si la mancha de la mora con otra verde se quita, la lesión de un poema, con la lectura de otro, desaparece.

Ese es el milagro de la poesía, y  -no les quepa duda- el milagro de la poesía de Carmen Hernández Montalbán.

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