Presentación de la novela "La trastienda del Anticuario"

La escritora Carmen Fernández del Barrio, a la que yo llamaría la "Jane Austen accitana" presenta una nueva novela: "La trastienda del Anticuario". Será el día 3 de Marzo a las 18.00 en la Sala de Audiovisuales del complejo museístico Trópolis. Avenida José Fuentes s/n Alcudia de Guadix (Granada).

Sinopsis: ¿Qué harías si el Destino pusiese en tu mano el poder de hacer justicia? Cato lo aceptó y así se vio envuelto en sucesos que nunca hubiese imaginado. ¿Qué daríamos cualquiera de nosotros por terminar nuestra existencia en paz y con la conciencia tranquila? A Cato el Destino le tenía reservada una sorpresa que le sirvió para poner en orden algunas injusticias que sobrevolaban Guadix. Carmen Fernández nos invita a adentrarnos en unos pasajes que van más allá del mero entretenimiento. Con una prosa muy cuidada, nos narra los caprichos que el Destino nos tiene guardados. 

Esperamos con entusiasmo este día Carmen, ¡muchísima suerte!

EL SAPIENS

TRANKI TRONKO SAPIENS no servía para nada. Podía pasarse las horas
sentado en cuclillas aspirando sus propios pedos, o espantándose las moscas, con la
mirada perdida en “vaya usted a saber qué cosa”. Salir a cazar le espantaba, y a pescar
ya no te cuento, desde el día en que se clavó la lanza en su propio pié, al que había
confundido con una trucha. La recolección tampoco era su fuerte, pues se perdía del
grupo de las mujeres. En varias ocasiones habían tenido que retroceder kilómetros en su
búsqueda y lo encontraban dormido debajo de un matorral, o componiendo dibujitos
con las semillas. Entonces la emprendían a mamporrazos con él, pero Tranki Tronko no
despabilaba. Probaron a ocuparlo en la elaboración de herramientas, mas se entretenía
en chiscar continuamente de los pedernales. De no ser porque el fuego ya se había
inventado, Tranki Tronko Sapiens hubiera sido el pionero en esta ciencia. Si ayudaba a
coser las pieles, se pinchaba con la aguja de hueso. Al ver la sangre brotar, se acordaba
del accidente de la lanza en el pié, cayendo desmayado por el trauma.
Por todo esto se había ganado el título de perfecto inútil por parte del clan,
convertido en el hazmerreír de todos, hombres, mujeres, ancianos y niños que, cansados
de fracasar con él, un día le dijeron: ¡Hale Tranki Tronko, quédate ahí en la cueva!. Ni
media palabra más, se quedó allí, porque si algo sabía hacer era ser obediente cuando le
convenía.
Dedicó el día en explorar la cueva, que era bastante grande. Aquella oquedad
dentada de estalactitas y estalagmitas, se hacía más oscura conforme se alejaba del
fuego del hogar. Esta imagen debió traerle a la memoria algo a lo que se parecía mucho;
con gesto reflejo abrió la boca y se palpó los dientes. Absorto en los volúmenes y
formas de la caverna, sintió que el mundo exterior se volcaba en ella, asociándolos con
una imagen aprendida, de animal, planta, persona o cosa. Tranki-Tronko quedó muy
impresionado por estas observaciones. Se tapaba los ojos con las dos manos, pensando
que así, los fantasmas producto de tales asociaciones desaparecerían, pero en cuanto los
abría, volvían a aparecer multiplicados.
Así pasó la jornada, rascándose la cabeza y andando de un lado para otro, hasta
que los demás miembros del clan regresaron, hallándolo como siempre, según ellos,
pensando en las musarañas. La caza había sido abundante, así como la recolección, pues
el buen tiempo les había acompañado: un bisonte, dos cabras, un ciervo, siete conejos,
montones de bayas, trufas y tubérculos se amontonaban. Mientras dos ancianas
desollaban los conejos para preparar la cena, tres hombres tomaron los cuchillos para
despojar a las piezas de sus pieles, pero viendo a Tranki-Tronko ocioso le instaron
enseguida a realizar la tarea: ¡eh, tú, gandul, gánate la cena!; así que algo remolón se
puso manos a la obra.
Bien entrada la noche todo el mundo dormía. Él estaba a punto de finalizar su
trabajo, cuando los ojos del ciervo al que retiraba la piel llamaron su atención. Los
observó concienzudamente, concentrado en su forma almendrada, su vidrioso brillo, el
negro intenso de sus pupilas..., enseguida recordó las visiones vividas en la cueva y las
invocó de nuevo mirando alrededor. La luz era pobre, así que avivó el fuego. Si, allí
estaban de nuevo a poco que se esforzaba, el ciervo, el cazador, el bisonte, el río...
Esta vez deseó que se quedaran y con las manos manchadas de sangre de los
animales muertos, dibujó sus contornos en las paredes de la cueva. Satisfecho con el
resultado, quiso continuar, pero vio que la tintura roja de la sangre se terminaba;
enseguida recordó el día en que se clavó la aguja, en la propia sangre que le brotaba del
dedo, pero esta idea le puso la piel de gallina, así es que buscó como loco con qué
sustituirla: ¡la fruta!, ¡eso es!, pensó. Mas tarde también hizo uso de la ceniza, las yemas de los huevos o las hierbas. Se dio un festín de colores dejando el suelo de la cueva
hecho un estercolero, pero lo había conseguido. Allí estaban sus visiones intactas, como
recién nacidas.
De madrugada, fue una hembra sapiens la primera en despertar, encontrando a
Tranki-Tronko con las manos en la masa, en este caso, con los dedos sobre las paredes
de la caverna, después miró a su alrededor, y al reparar en los frescos, se incorporó casi
de un salto gritando como una posesa. El artista dio un respingo, y el resto del clan
despertó dando traspiés y armándose con las hachas y lanzas en actitud defensiva. Mas
nada ocurrió, pues aquellos seres, en apariencia animados, no aligeraban las patas, ni
abrían la boca para decir: “esta... es mía”. Quienes sí la abrieron fueron los sapiens, al
observar que los espantajos o fantasmas tan magistralmente plasmados salían de los
dedos del infeliz, inútil, simple y gandulazo Tranki-Tronko Sapiens.

De la obra "Homo cavernarius" de Carmen Hernández Montalbán

LOS CUATRO ELEMENTOS

Caminó durante todo el día sin descanso ni rumbo. Primero un páramo reseco y polvoriento. Imprimió sus huellas sobre una línea horizontal e invisible. No sabía hacia dónde se dirigía, llegar no era su meta. No le inquietaba el tiempo ni la lejanía, no se preguntaba nada. Devoraba con la mirada amarillos cercanos, marrones profundos y ocres. Sabiéndose firme bajo sus pies. Poco a poco fue naciendo en su consciencia el concepto de camino. Volvió sobre sus pasos buscando la línea marcada por sus pisadas, contaba los trechos, aprendió a contar. Pero las huellas habían sido borradas por el viento.
Se sintió perdido, miró hacia arriba, percibió el vacío intangible.  Se movió entonces; esta vez su propósito no era caminar sino alzarse, sostenerse en la incertidumbre de la nada. Sus extremidades perdieron peso, se extendieron, se ejercitó en el vuelo. Finalmente se elevó y planeó sintiendo la caricia de las alas, vio el suelo reducirse por debajo. Escuchó la sonata de la brisa, olvidó el silencio. Descubrió los rincones donde habitaba el sonido.
Entonces percibió una luz a lo lejos, un haz de luz cegadora descendiendo de unas formas grises y blancas. Después vino el estruendo, un estruendo ensordecedor. Lo alcanzó el rayo, durante milésimas de segundo sintió la quemazón insoportable y experimentó un dolor intenso. Sintió reducirse su ser a una partícula, apenas un punto luminoso que acabó por unirse a la llama.
Se trasformó en ceniza, fue golpeado por el torrente de lluvia hacia el suelo, disuelto en la corriente fría que lo abrazaba. Corrió veloz por infinidad de surcos, penetrando en las rocas o desapareciendo. Supo de la oscuridad y de la luz, de lo minúsculo y de lo inmenso, de lo tangente y de lo incorpóreo, de lo vacío y de lo lleno.
Fue, esa era su certeza, ser, incógnita constante para la humanidad, para quien entender su origen es la eterna quimera.

Texto: Carmen Hernández Montalbán
Ilustración: Elena Hernández Torres

GENEALOGÍA