Por el Internet te quiero Andrés (teatro), por CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN.

Alumnos y alumnas de la Facultad de Biblioteconomía y Documentación (1996)

OBRA EN UN SOLO ACTO

 Autora: Carmen Hernández Montalbán
Una biblioteca a la vieja usanza, polvorienta, con catálogos manuales. Un bibliotecario con gafas y chaleco, demacrado, limpia el polvo de unos libros. Una limpiadora barre hacendosamente. El bibliotecario coge ahora un matamoscas y comienza a golpear por todos sitios.
 
LIMPIADORA: Hay mas polvo en este sitio que en la mansión de Drácula, hijo mío, a mí siempre me mandan a los sitios más percudíos.
 
            BIBLIOTECARIO: (Distraído) ¿Cómo dice...?.
            LIMPIADORA: ¡Lo que digo, es que esto está comío de polvo!,  ¡Ay Virgen Santa! (mirándolo de reojo y como dirigiéndose al publico) ¡encima es sordo...!. Lo que yo digo es que para qué se gastan tanto dinero en balde, tanto libro, con tanta letra menuda si aquí no viene ni Cristo.
            BIBLIOTECARIO: Pues mire usted por donde sí van a venir, hoy se va a juntar aquí “ciento y su madre”. Vienen a dar una conferencia.
            LIMPIADORA: ¿Aquí?, ¿Una conferencia aquí?, pero si este sitio tiene las puertas con las bisagras oxidadas.
            BIBLIOTECARIO: Pues ya ve usted, he mandado cartas a toda la vecindad y al alcalde, concejales, etc. A ver si fuera posible...
            LIMPIADORA: ¿Y de qué es la conferencia?
            BIBLIOTECARIO: (Carraspea y apresuradamente busca el programa entre unos libros) Pues... mire, si, aquí lo tengo. (Lee) Conferencia de Don Benito Rodríguez del Olmo y Suárez –Campillo sobre INTERNET.
            LIMPIADORA: ¡Valla hombre!, menos mal que viene alguien a hablar de “Interés”, porque hoy día, en el mundo todo va por el interés.
            BIBLIOTECARIO: Internet, he dicho In-ter-net (deletreando).
            LIMPIADORA: ¿Internet? ¡Ave María Purísima! ¿Y eso qué demonios es?
            BIBLIOTECARIO: Pues francamente, no sé qué decirle, sé que va de ordenadores y cosas así.
            LIMPIADORA: (pasmada por completo) Aaah! ¡Qué cosa...! a mí eso me sonaba como a algún miembro de la ETA o el GRAPO. Ya me imaginaba yo anunciado en los periódicos: “Cuarenta personas asesinadas por un INTERNET encapuchado en El Corte Inglés”, o también...”INTERNET detenido en la aduana de Algeciras”. ¡Uy, hijo mío, qué cosas más raras inventan!
 
            Entra un usuario, una joven estudiante de secundaria con su carpetita, muy moderna, invadida de pilsens. Está conectada a unos auriculares, se los quita un momento y se dirige al bibliotecario...
            JOVEN: Hola, venía a ver si hay algo de la transición española, es pa un trabajo que tenemos que hacer en historia, para el instituto.
            BIBLIOTECARIO: (La mira detenidamente y sonríe con ironía) ja..
            JOVEN: ¿Qué pasa, es que tengo monos en la cara? No te digo...
            BIBLIOTECARIO: (recobrando la compostura) No, si no es eso, perdona, es que aquí no puedes encontrar nada más allá de las Guerras Carlistas.
            LIMPIADORA: Calla hijo, déjate de guerras, que para guerras las que tengo con este suelo, voy a tener que llamar a la monja del anuncio ese de Xampa o Champa, como se diga, a ver si con una pasadita lo pone en color.
            JOVEN: ¡Pues estamos apañaos, joder!, ¿bueno qué...?
            BIBLIOTECARIO: No se, busca en los catálogos por si encuentras algo.
 
            La joven se acerca a los catálogos, suena otra vez música de ambiente. El bibliotecario insiste en cazar a la mosca y la limpiadora continua fregando. Se detiene la música...
 
            JOVEN: (Hablando para sí) ¡¿En qué marrón me ha metido este tío?! Pero esto cómo se come, si aquí no hay nada más que números... ¡Oye! ¿Esto qué es?
            BIBLIOTECARIO: ¿Qué es el qué?
            JOVEN: Que yo aquí no encuentro nada, que no entiendo estos números.
            BIBLIOTECARIO: A ver... ¿qué pasa, qué números?
            JOVEN: Pues estos que tienen tantos puntos y tantas comillas...
            BIBLIOTECARIO: (Se acerca a los catálogos) A ver, ¡Ah! Claro, la CDU, es que este catálogo es sistemático. ¿No conoces la CDU?
 
La joven lo mira como si de alienígena se tratara...
 
            JOVEN: Pues no, qué quieres que te diga...
            BIBLIOTECARIO: Es un tipo de clasificación, una clasificación en la que las materias de los documentos están ordenadas jerárquicamente, por ejemplo, si buscas documentos que traten de historia, tienes que ir al número 9 que engloba  todo lo que es historia. (El bibliotecario se queda satisfecho, como si acabara de dar una clase magistral).
            JOVEN: (Lo mira de reojo, naturalmente no se entera de absolutamente nada, suena un acorde de guitarra eléctrica. Hay un silencio) ¡Buenooo!!
 
El bibliotecario se pone a buscar en los catálogos.
 
            BIBLIOTECARIO: Pues no, como ya te he dicho antes, lo último que tenemos es un libro sobre las Guerras Carlistas...oye, pásate esta tarde por aquí, van a dar una conferencia
 
La joven que está a punto de salir por la puerta se vuelve.
 
            JOVEN: ¿Una conferencia? (la joven no sabe lo que es una conferencia) chachi tío, ¿de qué es?
            BIBLIOTECARIO: De INTERNET.
            JOVEN: (La joven queda un momento pensativa) No lo conozco, pero por el nombre tiene que ser un grupo de lo más cañero, ¡chachi, me mola! ¿Hay barril...?
            BIBLIOTECARIO: Creo que no.... (Ve a la chica salir) ¡Bueno, a lo mejor!
 
Se escucha música gregoriana, entra una monja.
 
            MONJA: Buenos días nos de Dios...
            BIBLIOTECARIO: Muy buenos.
            LIMPIADORA: Buenos días Madre Auxiliadora
            MONJA: Vengo a devolver un librito que pedí en préstamo la semana pasada, es de la Regla de San Benito de Nursia. Era un hombre admirable, un trabajador incansable, y muy culto. En su Regla incluyó como trabajos la lectura y la escritura como forma de servir a nuestro Señor...
 
            El bibliotecario bosteza.
 
            BIBLIOTECARIO: Pues sí... (Coge el matamoscas) ¡Ay que ver lo que molestan estas moscas!, y la culpa de todo la tiene el Ayuntamiento, hace tres meses que debían haber venido a poner ese cristal roto, pero así funcionan las cosas en este pueblo.
            MONJA: No se altere hijo, ¡ya se sabe! Que las cosas de palacio van despacio.
            BIBLIOTECARIO: Pues mire, ya que ha salido el tema de San Benito, aprovechando que Vd. Está aquí, esta tarde va a dar una conferencia Don Benito Rodríguez del Olmo y Suárez-Campillo sobre INTERNET.
             
            La monja lo mira extrañada pero sonríe.
 
            MONJA: ¡Ah! Pues mire Vd. qué bien, anda mira... (Carraspea) ¿Y a qué parroquia pertenece Don Benito?
            LIMPIADORA: ¡Que no madre, que eso no tiene nada que ver con la iglesia!, IN-TER-NET (silabea), es una conferencia que habla de los ordenadores esos y de todas esas máquinas que el demonio se las lleve.
            MONJA: ¡Válgame Dios! (se persigna), pero entonces D. Benito ¿quién es?
            LIMPIADORA: Vaya Vd. a saber, ¡gente gorda!
            MONJA: ¡Ah! Bueno, si es así, haremos por asistir y aprovecharemos la ocasión para darle a probar unas hojaldrinas deliciosas que estamos haciendo en el convento. Que tengan un buen día de San Benito, ¡y que no les cuelguen el sambenito!, ja, ja... vayan ustedes con Dios.
            BIBLIOTECARIO: Adiós madre, esperamos su asistencia.
 
Entra ahora un señor acompañado de ayudantes que cargan unas cajas con libros y enciclopedias nuevas, es el librero.
 
            LIBRERO: Buenos días ¿Qué tal?
            BIBLIOTECARIO: ¡Hombre Román! ¿Cómo tu por aquí?
            LIBRERO: Pues ya ves, a traer un pedido de libros y enciclopedias que hizo el Ayuntamiento ayer tarde.
            BIBLIOTECARIO: ¿El ayuntamiento?, esto es increíble, pero si hace tres años que pedí presupuesto para una renovación de fondos y siempre han hecho oídos sordos...
            LIBRERO: Ya ves, además, me encargaron que el pedido estuviera esta mañana.
 
            Los ayudantes montan unas estanterías y comienzan a colocar enciclopedias y libros, el bibliotecario está con la boca abierta.
 
            BIBLIOTECARIO: Pero bueno, habrá que catalogar esos libros ¿No?, ¿se puede saber a qué viene tanto trajín y tanta prisa?
            LIBRERO: Es por lo de la conferencia, ya sabes D. Benito, un señor muy importante de la Facultad de Biblio... (Dudando) te-lo-comía.
            LIMPIADORA: ¿Bibliotelocomía? ¡Jesús! Que nombres sacan ustedes ¿y ese quien es, el director de un manicomio?
            BIBLIOTECARIO: Que no mujer, se refiere a la Facultad de Biblioteconomía ¿no es eso?
            LIBRERO: Eso, eso quería decir...
 
            Los ayudantes montan una estantería y se ponen a comerse un bocadillo de chorizo, el bibliotecario los mira incómodo...
 
            BIBLIOTECARIO: Lo que faltaba pa el duro, bocadillitos en la biblioteca, con la de moscas que hay.
            LIMPIADORA: Ande, ande y no se apure, más valen esas moscas que otros moscones que andan revoloteando por el ayuntamiento (mira al librero).
 
            Entra otro señor muy bien vestido acompañado de otros ayudantes que cargan otras cajas, las dejan en el suelo y comienzan a instalar un ordenador.
 
            BIBLIOTECARIO: (Anonadado, se va acercando a los ayudantes técnicos y observa cómo lo instalan) creo que el futuro acaba de entrar en esta humilde morada. Muy buenos días señores.
 
            JEFE TÉCNICO: Buenos días (mira todo, apoya el codo en el mostrador y lo retira rápidamente, se ha puesto perdido de polvo) ¿No nos habremos confundido? Esta es la Biblioteca Municipal?
            BIBLIOTECARIO: Si señores, a su servicio (le tiende la mano) yo soy el bibliotecario.
            JEFE TÉCNICO: Nos han encargado la instalación de un ordenador “Pentium” en esta biblioteca. Tengo entendido que se va a dar una conferencia sobre redes de información.
            BIBLIOTECARIO: ¿¡Ah, sí!?
            JEFE TÉCNICO: ¿Va a ser aquí la conferencia de INTERNET?
            BIBLIOTECARIO: ¡Aaah  si!, pues si señor, aquí es.
 
            El escenario queda a oscuras, suenan las campanadas del reloj anunciando los cuartos. Se escucha el murmullo de una gran masa entrando. Se encienden las luces y aparece un señor elegantemente vestido y un poco estrafalario, con frac, las mangas le quedan cortas, peinado por delante y despeinado por detrás, lleva gafas grandes y un poco torcidas, una jarra de agua, un atril de música, dos o tres libros pesados. Deja todo en el suelo y comienza a montar el atril. Es extremadamente nervioso, se le caen los libros al suelo. Inseguro carraspea y comienza a tartamudear...
 
            DON BENITO: Bu bu buenas tardes (le sale un gallo) yo soy Don Benito Rodríguez del Olmo y demás..., mi apellido como ven es demasiado largo..., en realidad ese no es mi apellido, pero ya saben, un apellido largo y rimbombante siempre queda bien en los programas...ja, ja, ja... (Ríe, es una risita histérica). He venido a la Biblioteca P. M. A presentar la conferencia que tendrá lugar aquí hoy ¿Una conferencia?, pues una conferencia, nunca viene mal...Pero no se confundan, yo no soy el que va a dar la conferencia. Esta de hoy es una conferencia de vital interés para las bibliotecas públicas, para ello... (Se apresura a buscar entre los papeles desordenados) hemos invitado a  la Sra. Eudora Correa, Doctora en Tecnología de la Información y es docente en la Facultad de Bibliotelocomía (se pone rojo) perdón, de Biblioteconomía y Documentación.
 
            Aparece la Sra. Eudora Correa, mujer exuberante vestida de negro, piernas larguísimas, rubia y muy sexy. Al verla aparecer a nuestro presentador se le cae todo al suelo (es un decir). Se dispone a recogerlo, y al levantar la vista se encuentra con las piernas de la Señora Eudora, se levanta lentamente situándose muy cerca del escote. Esta lo retira con un dedo sobre la frente de Don Benito.
 
            EUDORA: Gracias, puede retirarse (se escuchan ovaciones y silbidos de admiradores), Gracias por este cálido recibimiento. Es un placer para mí el tener la oportunidad de venir a esta B. P.M. Ya veo que es una biblioteca moderna, que están automatizados y demás, en fin, de eso precisamente es de lo que trata el tema de hoy.  Y por ello, la primera cuestión que se nos plantea es ¿Será la B. P. del futuro diferente a la tradicional? Pretendo que esta conferencia sea una conferencia interactiva en la cual la gente opine, intervenga... ¿qué opina nuestro bibliotecario?
 
El bibliotecario se levanta tímidamente del asiento, con el matamoscas en la mano se rasca la cabeza.
BIBLIOTECARIO: Pues no sé qué decirle... ¿lo será? ¿No? (se dirige al público pidiendo colaboración) ¿Quizá?, es una cuestión curiosa a mi parecer... y bastante desconcertante.
            EUDORA: ¿Desaparecerán las B. P.? ¿Tendrán las B.P. alguna función que desempeñar?, o quizá la pregunta debería ser... ¿Cuándo desaparecerán las B.P.?
             
            Una señorita del público pide la palabra...
             
            EUDORA: Veamos, tenemos aquí alguien que opina...
            CHICA DEL PÚBLICO: Pero eso es imposible, si las bibliotecas desaparecen ¿dónde vamos a leer?, ¿Dónde vamos a buscar la información?
            EUDORA: Buena pregunta... desde hace más de quince años hemos sido testigos del desarrollo de sofisticados sistemas de información y de la proliferación del ordenador personal; no obstante, todas las B. P. que he visto recientemente ofrecen el mismo aspecto que hace veinte años. En ellas encontramos libros y usuarios. Los avances de la tecnología de la información han cambiado la presentación de los servicios; pero sus planteamientos son los mismos que hace años ¿Tendrá la B. P. alguna función que desempeñar?
            CHICO DEL PÚBLICO: ¡Naturalmente que sí!, todo no se basa en eso de los ordenadores, ni en los CD ROM, ni en los bytes ni en los Mb, ¡vamos digo yo, que pa eso estoy estudiando de eso! Si pensamos así cualquier día las maquinitas esas nos tragan... ¿ha visto usted Terminator?
            EUDORA: Si la revolución de INTERNET, fomentada por los medios de comunicación, llega a ser una realidad en la que el ciudadano allí donde esté cuente con una fuente ilimitada de información... (La corta otro del público)
            SEÑOR DEL PUBLICO: ¿Y para qué queremos tanta información? Dígame para que, donde la vamos a meter ¿Acaso hay sitio en esta ratonera de biblioteca?
            EUDORA: El problema del espacio es algo que quedaría solucionado con este tipo de redes. Quizá ustedes no alcancen a entenderlo así, a primera vista. Y sin embargo es una paradoja  INTERNET  es tan grande, que cuando se menciona su tamaño es difícil tomar conciencia de su magnitud.
            MONJA: ¡Eso! esa misma comparación les pongo yo a los niños de la catequesis cuando les explico el misterio de la Santísima Trinidad.
            EUDORA: (sonríe confundida), Debemos entender que los orígenes académicos de INTERNET han repercutido en su desarrollo. Muchos descubrimientos importantes se han hecho por personas que buscando algo muy concreto, se han encontrado con algo completamente distinto.
            JOVEN: (la del instituto) ¡Que me lo digan a mí, no te jode…!
            EUDORA: El caso de Isaac Newton, quien descubrió la gravedad al caerle una manzana mientras leía bajo un árbol es un ejemplo extremo de este fenómeno. Nuestro estudio sobre el acceso público es un experimento controlado y limitado a doce conejillos de indias que son una muestra representativa de los doce usuarios habituales de una biblioteca. (Se van colocando uno tras otro todos los personajes que han intervenido en la obra) Puede que esta muestra no sea equilibrada y que no haya sido elegida al azar, pero esto no es algo que nos preocupe por ahora. Nuestro objetivo realmente es entender mejor su utilización y rentabilidad. ¿Cómo podemos ayudar a la gente a usar INTERNET de un modo eficaz? ¿Qué beneficios les reportará? ¿Qué les resultará más fácil y más difícil?, ¿Cómo podemos ayudarles a ganar confianza? Nuestro propósito está más relacionado con el proceso que con los resultados. Muchas gracias por su atención.
 
            Se apagan las luces del escenario, se encienden después de los aplausos y van pasando unas pancartas en las que se lee: QUEREMOS BIBLIOTECAS PÚBLICAS VIVAS Y CON INTERNET.
 
TELÓN

LA LUZ DEL FIN DE LA TIERRA, DE CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN (José Carlos Rosales / Presentación 16 de enero de 2016 / Centro Artístico)




Carmen Hernández Montalbán ha escrito un libro ambicioso y sencillo. Sencillo porque las páginas de La luz del fin de la tierra nos hablan de asuntos cotidianos, acontecimientos humildes y comunes, esos que de tanto mirarlos se nos van volviendo lamentablemente invisibles, como si no existieran, como si su presencia fuera la de un mineral anónimo, siempre delante de los ojos, siempre enmudecidos o callados; y así nos vamos tropezando en medio de una plaza con la lata de un mendigo cuyo “peso liviano / es la paradoja de aquellos que no pueden sostenerse” (en “La lata del mendigo”, p. 30); o con el calendario que nos trae el brillante perfume de una mujer-anuncio que, “perfumada de glamour, fingió ante el mundo / su imagen de fragilidad y desamparo (en “Chanel nº 5”, p. 48).

Pero también nos tropezamos en los poemas de Carmen Hernández con el tiempo minúsculo, con los instantes más imperceptibles o más nimios de un día cualquiera, un día de tantos, esos días y momentos que cruzan nuestra vida de manera insistente y que muchas veces dejamos pudrirse para seguir chapoteando en el barro de las torpes urgencias altaneras del mundo: por ejemplo, el atardecer contemplado felizmente desde una ventana hasta comprobar que “la tarde, en la infinitud del tiempo, / es un fósil que nos recuerda que la luz perdura” (en “Atardecer”, p. 46); o, también,  esa tierra sedienta del Cabo de Gata donde “el viento agazapado se desliza, silbando la serenata del origen” (en “Cabo de Gata”, p. 58).

Y todo ello con un lenguaje que fluye sin alharacas, un lenguaje cuidado y común, un lenguaje sin estridencias, frases tranquilas y pensadas, donde la autora sagazmente se permite en ocasiones recuperar palabras en desuso, palabras que remiten a sensaciones u objetos olvidados, palabras que fueron comunes y ahora están en olvido, como algunos de los temas o asuntos en lo que se detiene su mirada poética y a los que ya nos hemos referido. “Guardo en mi faltriquera tu risa”, leemos en “El amigo” (p. 64); o “mi alma corcovea / ante el vértigo de las vivencias”, en “Caída libre” (p. 65). Lenguaje también desinhibido que, sin apartarse demasiado de la sabiduría de nuestras tradiciones métricas o discursivas, se permite jugar con inesperadas asonancias en apariencia casuales o irregulares que despertarán en la conciencia lírica de los lectores el aroma de la poesía popular, pensemos (por ejemplo) en el romancero: “luego están las palabras / que componen los versos, / que corren armoniosas, / en las venas del tiempo, / palabras donde el alma / entreteje los velos / de una clara certeza / y que siguen latiendo” (“Sinestesia”, p. 43).

Pero La luz del fin de la tierra no es sólo un libro cuidado y sencillo. Es, también, un libro ambicioso. Su autora, Carmen Hernández Montalbán, ha recogido en sus páginas la historia del mundo, es decir la historia de lo que nos rodeaba antes, la historia de lo que nos rodea ahora. Tal vez por eso el primer poema nos hable de los muertos: “los abrazó la tierra en su cálido regazo, / y una brisa joven arrastró la quimera / de sus ojos” (en “La hojarasca”, p. 19). El silencio y la desdicha  de los que nos antecedieron están presentes en los caminos de nuestro pensamiento, en los pliegues de nuestro corazón. Su silencio o su soledad es la nuestra. Su historia es la historia del mundo. Y Carmen Hernández lo sabe y nos lo dice: “Lo que escapa sin retorno / cabe en un parpadeo, / en un bostezo fugaz que no admite mímesis” (en “El viajero”, p. 47). De esa voluntad (consciente o inconsciente) de crónica general y personal quizás proceda la pluralidad temática y discursiva de estas páginas, donde encontramos visiones impresionista del paisaje (en “Aromas perfectos”, p. 56), vibraciones sensuales o eróticas (en “Comí chocolate”, p. 59; o en “Jinete del aire”, p. 62), testimonios de la codicia o la miseria (en “El desdén de la codicia”, p. 31; o en “La lata del mendigo”, p. 30), denuncias de los abusos del poder (en “Ellos deciden por nosotros”, p. 28), alegatos en favor de la libertad de las mujeres (en “Grito de mujer”, p. 39), experiencias de la soledad (en “La espera”, p. 41) o vibrantes exhortaciones vitalistas (en “No temas la marea”, p. 40; o en “Escucha la voz”, p. 63).

La historia del mundo está en cada uno de nosotros. Pero no siempre somos conscientes de su presencia. El nuevo libro de Carmen Hernández, La luz del fin de la tierra, recoge los trazos dispersos de esa historia: de la oscuridad  a la penumbra, de la penumbra a la luz, de la materia inerte al corazón palpitante, de la voz solitaria al roce ineludible de los otros, de la noche al día hasta lograr el perfil de ese itinerario que de alguna manera queda trazado en el orden de las tres secciones del libro (I. Oscuridad, II. Penumbra, II. Luz), un itinerario que no por ser poético deja de ser nítido y exacto: con la nitidez del que ha sentido o vivido antes de escribir, con la exactitud del que ha pensado antes de coger la pluma, del que tiene un propósito estético, del que se arriesga a decir lo que quiere decir. Y no habría mejor resumen de todo este itinerario feliz que los dos versos con los que se cierra este libro tan veraz y exacto: “Mi misión no es apagar estrellas […], / mi trabajo consiste en encenderlas” (“El ilusionista”, p. 66).


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