La Huida


En algún lugar del alma se extienden los desiertos de la pérdida, del dolor fermentado; oscuros páramos agazapados tras los parajes de los días.

La mujer está sola, en una de esas chozas de madera y cañas que se alinean en la bahía, en el barrio de los pescadores. Nada le resulta familiar, sin embargo la gente la saluda al pasar a su lado como si la conocieran de toda la vida. No sabe cómo ha llegado hasta allí, si ha sido hace mucho tiempo o una semana escasa. Cuando su memoria retrocede para buscar los recuerdos apenas encuentra alguno anterior a una semana. Cada día, un pescador siempre distinto la visita en la choza y le lleva pescado. También cada día una mujer deja fruta y una jarra con leche sobre la mesa y le dice: buenos días ¿cómo estás hoy?  Ella asiente con un gesto, aunque las palabras saltan como burbujas en su mente, no logra articular alguna. Al menos tiene la certeza de que su lenguaje es el mismo que el de aquellas personas. A veces también alguna mujer viene a peinarla, siempre la misma, lo hace despacio, al atardecer, hasta que el sol desaparece como tragado por el mar. Los días pasan iguales, sabiendo del trascurso de las horas por la sombra que la choza proyecta en el suelo, como un reloj de sol.
Un día consigue recordar cómo era caminar, la emoción  la embarga al ponerse de pie, adentrándose en el paisaje que desde hace días ve tras la ventana como un lienzo pintado por la mano del hombre. Tras un rato de haberse incorporado, una ceguera lechosa le asalta de pronto pero después recupera de nuevo la visión y animada por la brisa camina por la arena, después le sobreviene el cansancio, sus piernas se hacen pesadas y torpes y tiene que detenerse. La luz la ciega, entonces esos pocos recuerdos  surgen poco a poco,  un rostro masculino, hermoso y a la vez inquietante que la mira. Ella viste un quimono rojo y él negro. El olor del sake acude a su memoria olfativa. La puesta de sol evoca el recuerdo de unas velas y el reflejo de ella misma en el espejo, jovencísima y blanca, adornada con las perlas nupciales. El hombre la desnuda y ella se entrega como una ofrenda al dolor de la primera noche, mas tarde al placer que vendría de la mano. Noche tras noche sin mirarlo de frente se ofrece a este hombre desconocido que su padre ha destinado para ella. Tras la luna de miel, el otro lado del lecho queda a menudo vacío.
Se ha puesto el sol por completo, un manto de estrellas titilan en el cielo, las mujeres de los pescadores han venido corriendo a buscarla.
-          ¿Dónde estabas? ¿Quién te ha traído hasta aquí?
-          Me han traído mis propios pies.
Unas y otras se miran asombradas, una sonrisa se dibuja en todos los rostros, incluido el de ella.
Una mañana se atreve a ir aún más lejos, aprovechando que las mujeres tejen las redes. Ellas la cuidan como a una niña, temen algo cuando se aleja. A estas horas el puerto es un remolino de gente que va y viene, los turistas que parten, agitan las manos en señal de despedida, los que llegan se agolpan en las paradas de taxis que van llegando de uno en uno. La mujer se sienta en una de las mesas de la cafetería, el día está luminoso y alegre, nunca se hubiera atrevido en otras circunstancias pero hoy lo ha hecho. El camarero se acerca, ella pide un té y un zumo señalando la carta de desayunos, también un pastel de kiwi.  El aroma del té la envuelve, saborea cada bocado, sus sentidos parecen resucitar, se siente partícipe de la vida.
Lo primero que ve de él es el humo del cigarrillo. Abstraída como está en el bullicio del barco de pasajeros, no mira al frente y es el humo que empaña la visión la que atrae su atención. Un hombre la mira, un extranjero. Su mirada no le resulta desconocida del todo, pero la intimida tanto que el primer impulso es el de alejarse. Esta sonriendo y eso la irrita, se sonroja, decide marcharse y se levanta buscando en su bolsillo unas monedas con que pagar el desayuno pero se da cuenta que no tiene nada, vuelve a sonrojarse. El camarero se acerca y ella no puede articular una palabra.
-          Señora, el caballero se ha tomado la libertad de pagar su desayuno.
Ella suspira aliviada, busca con la mirada al hombre pero  no ve a nadie. El camarero tampoco está, la mesa está completamente limpia. Se siente tan aturdida que camina sin rumbo, como si flotara. Se interna en el mercado, entre puestos de pescado y de fruta. La mirada del extranjero era amable, piensa, también un poco burlona, recordarla le hace sonreír. Por primera vez la mirada de un hombre la hace sonreír ¿Por primera vez? ¿Cómo puede tener esa certeza? Los recuerdos vienen a su memoria como piezas de un puzle que va encontrando casualmente.
Se detiene en uno de los puestos, la figura de una  mujer le ha resultado familiar, es joven, está de espaldas pero parece haberse percatado de que alguien la está mirando. La mujer vuelve el rostro y la mira indignada.
-          ¡Yunico!

Parece haberla reconocido y la llama por ese nombre que debe ser el suyo. Una espiral de recuerdos se agolpa de repente. Ella queda petrificada, el pánico la paraliza, también la emoción, debe correr, lo sabe, debe huir tan rápido como pueda, alejarse de inmediato.
-          ¡Yunico!
  La mujer la persigue y la llama por ese nombre. Sólo sabe que debe correr, muy rápido, hacia el barrio de los pescadores.
Ahora está de nuevo en la choza, no recuerda como ha llegado hasta allí, su último recuerdo es un desvanecimiento. Mira por la ventana, la figura de un hombre vestido de blanco camina por la arena de la playa. Como si supiera que alguien lo observa se vuelve y levanta la mano en señal de saludo. Es el extranjero, el que antes estaba sentado frente a ella en la cafetería. Se ha despertado temblando, todavía persisten los temblores. Siente que no puede controlar su cuerpo pero que pasará, está a salvo. Una mujer le hace beber pequeños sorbos de una tisana y la mira, acaricia su pelo. El llanto se precipita como un torrente, llora en silencio y susurra:
-          Yaeco, mi hermana, es mi hermana… - la mujer la mira y asiente. Las huellas del hombre se alejan hasta perderse en el mar.

-          Yaeco es mi hermana, cuando vivía en la casa de mi marido ella siempre estaba allí. Recordar su imagen me paraliza, es recordar algo que quiero olvidar. Es admitir una realidad que me ha sido ocultada y que yo misma he disfrazado con cada pequeña dosis de opio. El opio era mi amante, me dejaba envolver por sus cálidos abrazos cada noche pero mi ser se revelaba al día siguiente. Buscaba por toda la casa una prueba del adulterio de mi marido y no la hallaba, hasta que un día me di cuenta que la prueba la tenía delante de mí. La encontraba todos los días en los ojos acusadores y vengativos de mi hermana. Me odiaba porque mi padre me había dado en matrimonio al hombre que ella quería. Desde aquel mismo día no dejé de culparme por eso, volcando sobre mí su resentimiento, el egoísmo de un hombre sin escrúpulos que sólo procuraba su placer y los errores de un padre que nos había condenado a la desgracia. Perdí  el apetito. Las visitas de mi marido eran para mí un sacrificio obligado que sólo aumentaba mi dolor. A veces desee la muerte.


Ahora se abandona al llanto. El llanto es la rescata de la locura, el llanto desata nudos de  de dolor, la libera, el llanto cálido y salado como la espuma del mar. Los abrazos de la mujer la mecen y ahora sí puede mira por la ventana, donde los rayos del sol le sonríen traspasando las nubes blancas. Una sonrisa amable y burlona como la de aquel extranjero.

Texto: Carmen Hernández Montalbán
Dibujo: Elena Hernández Torres

LA VIEJA ESPINA


En la venganza, como en el amor, la mujer es más bárbara que el hombre.
Friedrich Nietzsche (1844-1900)
Deberías ir a verla mujer, agua pasada no mueve molino, ya han pasado muchos años. Vas y se acabó. ¿A ti qué más te da…? ni ella se acordará ya, ni tú tampoco, ni mucho menos la gente de la calle, los que van y vienen y miran hacia tu ventana como diciendo: pues sí que es esta rencorosa, después de cuarenta y dos años todavía se la tiene guardada, viviendo como viven puerta con puerta. A ti te la trae al fresco lo que diga la gente de la calle, ni que Fulanita te mire en la peluquería después como a una leprosa o te despelleje en cuanto te des la vuelta. Bastante tiene Fulanita con su vida que no es poco, le salieron dos hijas embarazadas sin que nadie respondiera por ellas. Unas verdaderas golfas es lo que son las dos, pero en la vida de nadie ¿quién se mete? De lo que pasó entonces apenas se acuerda nadie aunque en su momento corriera de boca en boca, en los pueblos ya se sabe, era un secreto a voces. Porque aunque Fermín se fue una semana a la casa de su madre, su p… madre que le dio cabida después de lo que me hizo. Sí, ya sé, una madre siempre es una madre, decía “mete la mano en tu pecho”.  ¿Y por qué no lo hizo su hijo, meter la mano en su pecho en lugar de hacerlo donde no debía? Aun así lo perdoné ¿A dónde iba yo con la carga? Sola, sin más consuelo que la noche y el día, con siete que se dice pronto. Porque eso de que donde comen dos, comen tres, nada de nada, comen tres si se echa para otro. Pues aunque tampoco ganaba una fortuna, íbamos tirando, que trabajo no le faltaba gracias a Dios  y con alguna que otra chapuza los fines de semana, íbamos marchando. Pero ella lo pagó caro, porque en esta vida se paga todo, arriba nada de nada ¡pamplinas! Probó de su propia medicina. A las dos semanas recibió una carta de Jacinto que estaba en Suiza. Debió ser una despedida, pues hasta el día de hoy no se le ha visto el pelo. Pero de eso nadie se acuerda hoy, después de treinta años. ¡Pues entonces!  A quién le importa que Fermín que en paz descanse, aquella tarde en mala hora tuviera que ir a su casa, y en lugar de arreglarle la Singer echara una canica al aire, como él decía. ¡El sinvergüenza! Que Dios lo tenga en la gloria, pero era un sinvergüenza, eso es lo que era. Y ella… mejor me callo que ya doblan a muerto, voy a bajar de una vez, que descanse en paz o que el demonio se la lleve.

Texto: Carmen Hernández Montalbán
Ilustración: Elena Hernández Tórres

EL CONJURO (Relato breve)


EL CONJURO

"Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad"
Albert Einstein (1879-1955)
           
Eres la causa de todas mis desgracias, a pesar que te rehúyo como a la peste, tú insistes en inmiscuirte  en mi vida, atropellando lo que más me importa. ¿Qué puedo hacer para que de forma pacífica desaparezcas de una vez por todas de mi horizonte? He venido a buscarte a este lugar que tantas veces me ha hecho temblar de miedo. Hoy me atreví a visitar el tugurio donde has establecido tu imperio. Tienes una mirada hipnótica, unos labios que invitan a la lujuria, un sabor que promete paraísos que conducen a la perdición. He entrado en el reino de la angustia y la desesperación para encararte.
            ¿Recuerdas? Fue aquella tarde, apareciste como tantas veces en su camino. Me contaron que habías estado riendo con él todo el día. Él tenía la mirada soñadora de los poetas y caminaba junto a ti mientras nevaban copos algodonados, como el mundo que tanto anhelaba. Tú le dabas pasaporte a la muerte, mientras yo, sentada en una cama, veía a mi madre llorar un rosario de desdichas.
            Ese día decidiste nuestro destino, nos condenaste a vivir bajo el yugo de la incertidumbre. Por un tiempo, permaneciste agazapada, deleitándote con el panorama, sembrando los futuros embriones del infortunio.
            Y aquel otro día…  ¿Te acuerdas?, entraste con ella en casa de repente, en su cara de pavor te reconocí de nuevo. Me pregunté en aquel momento desde cuándo ella te conocía y te reproché llorando por qué te atrevías a cebarte con la más débil.
            Y por último aquella otra…, también la ciudad se cubría con un manto de nieve. En aquel escenario de sueño nos sostuvimos la mirada durante algunos segundos. Allí estaba él, su brillo era el más dulce que jamás reflejaran mis ojos, y mi piel se erizó presintiendo la caricia de la suya. Le reconocí enseguida.
            No volví a verte en varios días, tú tejías bien los hilos, dejándome soñar con un encuentro imposible. De forma descarada otra tarde  ¡cómo te gustan las sorpresas vespertinas!, cruzaste la puerta de un café arrastrándolo de repente a mi lado. Adiviné en él la mueca cínica y burlona de tu semblante, victoriosa, a sabiendas que no podría dejar de amarlo a pesar de los pesares.
            No he venido aquí a suplicarte, ni siquiera a retarte, ni a jurarte que algún día te ganaré la partida. No me seduces como a ellos, a los que más estimo. No quiero verte más, no te convertiré en protagonista de ninguna de mis tertulias. Tú no eres nada para mí, así vertida en cristal te crees la reina de la tierra, pero eres tan vulgar como un cartón de Tetrabrick, tan arrugada como una bota, y yo, no voy a descorchar nunca más la botella de tus miserias.

Texto: Carmen Hernández Montalbán
Dibujo: Elena Hernández Torres


JORGE RAFAEL MARRUECOS HERNÁNDEZ

Jorge Rafael Marruecos Hernández es un artista cabal que crea con pasión. Es capaz de emocionar intensamente con su música, su pintura y sus palabras, podeis asomaros a su arte a través de este enlace...
http://www.youtube.com/watch?v=yvNaLJhjL3M

ROJO INTENSO (microrrelato)


“Mina, para caminar conmigo, debes morir en tu respirante vida, y renacer en la mía... Entonces, te doy la vida eterna, el amor imperecedero, el poder de la tormenta y de las bestias de la tierra. Camina conmigo y sé mi amada esposa para siempre.”
“Drácula” Bram Stoker (1847– 1912)

Ocurría tras la siesta, cuando la canícula se derramaba en la tarde, adormeciendo los cuerpos como el opio más puro. Entraba como la brisa, acariciándolas con la intimidad de la mano del amante.
La casa siempre en silencio, un silencio apenas roto por el crujido de algún mueble. Caminaba despacio, sintiendo que el deseo se precipitaba sin remedio. Espiarlas cada tarde, se había convertido en un ritual secreto que ponía en alerta todos sus sentidos. Su cuerpo entero, como un animal al acecho, esperaba el momento oportuno sin emitir el gemido de placer que ya se anticipaba, al presentir la succión enloquecedora que lo transportaría.
Él se desnudaba sin prisa y se acomodaba tras ellas saboreando su contorno, desde al límite de su espalda hasta la nuca. En ese momento tenía la certeza de que el placer quemaba, que su cuerpo era fuego y ellas apenas unas briznas de heno seco presto a arder. Su boca buscaba la profundidad de la espiral que lo engulliría como una hoguera. Tras el mordisco, la luz se tornaba rojo intenso y el lecho era un navío navegando en un mar de llamas.

Texto: Carmen Hernández Montalbán
Dibujo: Elena Hernández Tórres

UN DIAMANTE CASI DE VERDAD



En la vida, cada minuto es un milagro que no se repite
Anónimo
Se escucha el viento silbar, de vez en cuando las ráfagas arrastran una lluvia diminuta. Las gotas chocan contra el parabrisas, como cristales iluminados a intervalos por un sol amordazado de nubes, a las que también de vez en cuando consigue burlar.
-          ¿Qué tal si hoy hacemos una excepción y nos vamos a cenar fuera?
¿Una excepción? Se pregunta mientras asiente, intentando no mostrarse sorprendida. Después de un día tan ajetreado, lo único que desearía es llegar cuanto antes a casa, darse una ducha caliente, tomar un vaso de leche tibia y sumergirse sin preámbulos en el sueño. Pero hacía una eternidad que él no traspasaba la barrera narcotizante de la rutina y esta propuesta repentina le hacía sentir una mezcla de curiosidad, excitación y vértigo.
Hacía tiempo que el silencio se había establecido entre ellos como un acuerdo tácito, desde aquel día en el que ella para ponerlo a prueba, le soltó a bocajarro que quería un diamante como regalo de su décimo aniversario de bodas. Él soltó una carcajada a modo de respuesta, pensando que aquel despropósito no podía ser menos que una broma. Pero lo taladró con la mirada, cogió su bolso y se marchó de la cafetería como alma que se lleva el diablo. Ruborizado y confundido, su marido salió tras de ella sin pagar la cuenta y tuvo que volverse ante la llamada de atención del camarero. ¿A dónde quería llegar con todo esto? Era un humilde empleado de correos, tenían tres hijos a los que mantener y su sueldo apenas daba para llegar a fin de mes, no podían permitirse semejante capricho. La estuvo buscando toda la tarde, llamó a la casa de sus padres, telefoneó también a casa de algunas amigas, se acercó a la biblioteca a la que solía ir de vez en cuando, pero ni rastro. Finalmente, cuando ya empezaba a oscurecer, la encontró al doblar una esquina, parada junto al escaparate de una joyería, absorta mirando aquel anillo, cuya piedra insultante y transparente brillaba bajo la luz artificial con el resplandor hipnótico del diamante. De no ser porque minutos más tarde se disculpó con él, su marido hubiera podido pensar que había perdido el juicio.
Ella se merecía un diamante ¿cómo es posible que él no hubiera sabido verlo, admitir que merecía ese reconocimiento?- pensaba mientras atravesaban la avenida y tomaban el desvío hacia el muelle- contemplar aquel anillo en el escaparate de la joyería, había hecho saltar los resortes que le hicieron tomar contacto con la realidad de su vida. Sin tiempo para nada, embebida en la lucha diaria, los hijos, los pañales, el sarampión, la casa, las facturas, la bata como indumentaria oficial, las marcas blancas en el supermercado, el ahorro, el mísero ahorro por si llegara el caso que…, nunca se sabe lo que puede ocurrir…
Pero en realidad no se sabe nada ¡nada! ¿Quién puede saber lo que va a pasar mañana? Los días pasaban sin un brillo que no fuera los ojos de sus hijos o las caricias apresuradas y mecánicas de los sábados por la noche con su esposo.
Mientras avanzan, un nudo en la garganta la toma por sorpresa. Van camino del muelle ¿A dónde van? Cerca de allí sólo hay un restaurante, con una hermosa terraza que da al mar, el del mirador. Cenar allí cuesta un ojo de la cara. Sin embargo parece que ese es el destino elegido, pues lo ve aparcar y ahora, ante su cara de sorpresa, le abre la puerta del coche por fuera y la invita a salir.
Camina como si flotara, incrédula  y ya dentro del comedor repleto de mesas con manteles blancos impecables, se mira de reojo en una columna de cristal de múltiples tonos azules y no se reconoce.  Les asignan una de las mesas en la terraza, desde la que se puede contemplar un panorama espectacular del puerto, que a esa hora se va iluminando como un cuenco con mariposas de aceite encendidas.

-          Por favor, tráiganos la carta y una botella del mejor Sauvignon…
No es posible que esto esté ocurriendo –piensa- mi marido está perdiendo el juicio, le tocó la lotería o me está siendo infiel,  porque si no es así ¿a qué viene esto?
-          ¿Te sientes bien?
-          Sí, muy bien gracias –contesta torpemente
-          ¿A qué vienen las gracias? Soy tu marido, no un desconocido- dice con ternura.
Cierto, era su marido, sin embargo desde hacía bastante tiempo, su marido era ese extraño que ordinariamente ocupaba por las noches el otro lado de la cama, almorzaba cuando podía en casa, compartía con ella los gastos, la hipoteca y muy ocasionalmente algún que otro momento de pasión.
-Te preguntarás qué celebramos esta noche o qué mosca me ha picado, para que tal día como hoy, un día cualquiera, nos hayamos desviado del camino que nos conduce a casa. Luisa, mira la luz de esta copa, fíjate en el brillo que refleja. Si la observas bien verás que es diferente al que proyecta la tuya. Aunque las dos parecen idénticas, no lo son, como tampoco es el mismo el lugar que ocupan en la mesa. Esto nos lleva a la conclusión de que somos diferentes, únicos e irrepetibles. Y que una vez que desaparecemos, algo singular desaparece, por lo tanto mi amor, esta noche celebramos la vida.

Texto: Carmen Hernández Montalbán
Ilustración: Elena Hernández Torres


LOS ENCUENTROS CIBERNÉTICOS (Cuento)

“Aquí vemos que la adolescencia,
en especial las señoritas,
bien hechas, amables y bonitas
no deben a cualquiera oír con complacencia,
y no resulta causa de extrañeza
ver que muchas del lobo son la presa.
Y digo el lobo, pues bajo su envoltura
no todos son de igual calaña:
Los hay con no poca maña,
silenciosos, sin odio ni amargura,
que en secreto, pacientes, con dulzura
van a la siga de las damiselas
hasta las casas y en las callejuelas;
más, bien sabemos que los zalameros
entre todos los lobos ¡ay! son los más fieros.”
“La Caperucita Roja” Charles Perrault  (1628-1703)
El amor, como el café, hay que tomarlo a pequeños sorbos, ya que si no es así no hay cuerpo que lo resista. Al igual que el café instantáneo pierde cuerpo y aroma, el amor poco hecho, deja el ánimo revuelto y una sensación de fraude.
Yo no soy bebedora de café, por lo tanto, no es mucho lo que puedo decir sobre el mismo. La última vez que probé sus efectos, me dejó el estómago en un puño y los nervios destrozados, pueden creerlo, con el amor me pasa lo mismo.
Hoy día la inmediatez está servida, aprietas un botón y cambias el canal de la tele en un segundo, puedes calentar la comida en el microondas en un plís plás, subes o bajas de una planta del edificio a otra, una máquina expendedora te sirve bebida, comida o tabaco al momento, tan sólo con pulsar un simple botón.
Fue también apretando un botón, el del ratón del ordenador, cómo conocí a Olasyespuma. Coincidimos en un chat y su nick me llamó la atención casi al instante. Tal vez porque me vino a la memoria la imagen de un anuncio, de algo que tenía  el frescor salvaje de los limones del Caribe. En seguida visité su perfil y vi la foto de un hombre atractivo, de mirada  profunda por encima de las gafas, que le daban ese toque intelectual irresistible y un encantador hoyuelo en la barbilla.
Olasyespuma, 50 años, ojos azules, complexión fuerte, de profesión empresario, separado, amigo de sus amigos, independiente, soñador, muy romántico. Leí de un tirón, aunque me preguntaba qué tenía de extraordinario ser amigo de los amigos, me detuve en los dos últimos calificativos para regresar de inmediato al hoyuelo en la barbilla.
Después de dos tardes de conversación virtual, en la que mis dedos volaban sobre las teclas, poseída por la febril curiosidad que me caracteriza y mi desbocada imaginación, concertamos una cita. El lugar de encuentro elegido era la cafetería Titanic de mi barrio. Más tarde caí en la cuenta de que una primera cita en un lugar llamado así no podía augurar nada bueno.
Me arreglé y perfumé primorosamente y hacia allí me dirigí casi en volandas, sin apearme de la nube que yo misma me había fabricado hacía tres días escasos. Conforme iba acercándome al lugar acordado, vi a lo lejos la figura de un hombre apoyado en un Peugeot 406, ese modelo que siempre me había horrorizado por asemejarse a un coche fúnebre. Allí estaba encallado un tipo de unas proporciones tales que en nada hacían evocar sustantivos tan dinámicos como las olas, o tan ingrávidos como la espuma. Mi primer impulso fue retroceder, pero viéndome dudar, me escondí tras un contenedor de la basura cercano.
¡Venga! ¿Qué te pasa –me decía- tú siempre has alardeado de ser una mujer espiritual ¿Ahora vas a discriminar a una persona, tan sólo porque  su aspecto exterior no encaja con la imagen del caballero andante que te has forjado?
Luego pensé que quizá me equivocaba y que aquel señor, después de todo, tal vez no era la persona con la que había quedado. Me recompuse y continué el trayecto hasta llegar. Pues sí, cuando me disponía a entrar en la cafetería haciéndome la despistada, el hombre me llamó:

-          ¡Hola! Perdona, tú debes de ser Claudia…
-          Sí  ¿Tu eres Olasyespuma?
-          El mismo –respondió mientras me desnudaba con la mirada- pero me llamo Juan, Juan Valdés.
Juan Valdés, como el del anuncio del café…, pensé.
-          Yo  en realidad me llamo Verónica
-          Bonito nombre.
En efecto, era él. Allí estaban las gafas, unos ojos de un azul imposible y el hoyuelo en la barbilla. Aunque del pelo negro de la foto del perfil, apenas quedaban algunos mechones intercalados entre las canas.
Una vez instalados en una mesa apartada de la cafetería, pedimos dos cafés instantáneos, y hablamos largo rato entre risas de temas variados, sobre todo él, no se podía decir que el hombre no tuviera tema de conversación. Aprovechando que alargué la mano para coger una servilleta, él la tomó entre las suyas y me la sostuvo  durante unos segundos. Yo lo miré sorprenda, entonces me guiñó picaronamente y pude ver espantada que un extremo de su iris celeste se tornaba marrón al  mover del ojo ¡Llevaba lentes de contacto de color!. Disimulé como pude mi sorpresa, pero al volver la vista a las manos bronceadas que aprisionaban la mía, especialmente la mano derecha, pude advertir la señal blanca de un anillo en su dedo anular. Él debió notar la descomposición en mi rostro porque se disculpó diciendo que tenía que ir un momento al lavabo… ¡qué consternación! Una vez que había entrado al servicio, decidí seguirlo y entré en el de señoras. Los WC de señoras y de caballeros  de la cafetería Titanic, tan sólo están separados por un tabique que no se alzan hasta el techo, por lo que se podía escuchar cualquier ruido, ventosidades incluidas.
Pude oír con claridad la conversación telefónica que Olasyespuma mantenía al otro lado a través del móvil.
-          ¡Hola mi vida!, te llamo para decirte que hoy llegaré un poco más tarde…, sí mi amor, estamos haciendo balance en la oficina y el jefe amenaza con fastidiarnos hasta el fin de semana. Sí, entonces ¿te encargas tú de recoger a los niños? ¡Gracias cielo!...
Salí de la cafetería haciendo el menor ruido posible, antes que Olasyespuma, ahora transformado en Juan Valdés regresara a la mesa, por supuesto sin despedirme. Me escabullí por una calle muy transitada, sin atreverme a volver la vista. Comencé a sentir en el estómago los efectos del café. Mi ánimo, a duras penas, rescataba sin remedio los restos de aquel naufragio.

Carmen Hernández Montalbán

Dibujo: Elena Hernández Torres







LO QUE VINO DE LAS PROFUNDIDADES

Lo que vino de las profundidades” es el título de un precioso libro que he tenido el placer de leer recientemente, justamente ahora, en otoño, cuando se inicia el declive de la fuerza del sol y el paisaje exhibe la danza de la naturaleza moribunda, aunque no por eso menos hermosa. La belleza de contemplar la policromía de los árboles que se visten de infinitos tonos verdes, amarillos y ocres, para después ir desnudándose con la caída melancólica de las hojas.
Y es que como bien decía Víctor Hugo en su poema “La belleza y la muerte”…
La belleza y la muerte son dos cosas profundas,
con tal parte de sombra y de azul que diríanse
dos hermanas terribles a la par que fecundas,
con el mismo secreto, con idéntico enigma.
Eduardo Moreno de Alarcón es el autor de este libro. En él nos presenta un total de siete cuentos  del género de terror o del misterio. Siete, un número cabalístico muy especial, ya que en la numerología representa el mundo del pensamiento, de la filosofía, de lo oculto, misterioso o inexplicable.
A través de su prosa trepidante se nos abre la puerta a escenarios imposibles, donde flota una atmósfera pesada. Visitaremos puertos de mar y sentiremos el sabor a sal transformarse en pesadilla delirante. Cómo el estrépito del rayo en una tormenta despierta del letargo a seres espantosos.  Nos sentaremos a la mesa de un tétrico restaurante, en el que tras el silencio y la inexpresividad pasmosa de sus empleados se oculta una auténtica  pesadilla. Respiraremos la niebla grasienta de un convento, cuyas religiosas elaboran y propagan el mal como un enjambre de avispas.
Los cuentos del autor manchego beben de las obras de los mejores maestros del género: Edgar Alam Poe, H. P. Lovecraft, Frank Kafka, Lewis o Guy de Maupassant. Pero tiene a mi parecer un estilo muy personal, explora diferentes y novedosas formas de narrar, posee profundidad psicológica para describir personajes, cuidando el tono del discurso en todo momento.
Os invito a leer estos cuentos y estoy segura que vais a disfrutar de su lectura tanto como yo la he disfrutado. No me cabe duda de que Eduardo Moreno de Alarcón muy pronto nos sorprenderá con un nuevo libro. Felicidades compañero.
 Carmen Hernández Montalbán

Próxima presentación en Castres (Francia) del libro "Pictorias para leer con lupa"

El sábado 19 de noviembre de 2011 a las 16 h., se presenta en Castres (Francia) el libro "Pictorias para leer con lupa" en el auditorio de la Biblioteca municipal. También tendrá lugar la exposición de las pinturas del pintor albiguense Paul Rey, contenidas en el libro del 18 de noviembre al 13 de diciembre.

Castres es una localidad próxima a Toulouse muy sensibilizada con la cultura española, es camino de paso internacional de peregrinaje a Santiago. Allí se encuentra el Museo Francisco de Goya, con numerosas obras del pintor y de otros artistas españoles, también en ella existe "La Casa de España" que es la patrocinadora del evento.

Estais todos invitados.

Nueva revista en Guadix "El Agujero"

Después de la publicación de mi artículo “Un fotógrafo ambulante accitano” en la revista Wadias, del 2 al 8 de septiembre del presente 2011 (Año IX, Nº 491), casualmente me encuentro con el fanzine “El Agujero”. No se trata de una revista en honor al fotógrafo ambulante homenajeado en mi artículo, conocido por este simpático sobrenombre,  sino de una publicación que ha surgido de manera espontánea y que recoge el trabajo y las expresiones pictóricas y literarias de un conjunto de personas, que con voz pero sin protagonismo han querido colaborar. Que esto ocurra, es síntoma de que hay un claro interés por la cultura, los problemas sociales, el medioambiente y un largo etc., además de una necesidad de expresar opiniones que a mi parecer merecen ser escuchadas y atendidas por el público lector. Quien tenga oídos que oiga” Bienvenida sea.

El Consejo Editorial de la revista así la define:

“El Agujero es el único recomendado para claustrofóbicos mentales. El material que tiene en sus manos es artísticamente sensible e insensiblemente artístico. Puede crear irritaciones a mentes ultras e insulsas. Cada Agujero en una papelera será considerado un delito medioambiental. No hay peor Agujero que el que no se quiere ver. En cada Agujero hay un lector-topo con síndrome de Estocolmo. En todo Agujero lo único que se ve es lo que se imagina. Si ves un Agujero en el suelo no dudes en meterte en él, puede ser el único que veas en tu vida. Este es el único Agujero con algo de luz que no puede llamarse túnel. Un Agujero es un poco de nada rodeado de un poco de mucho. Medio Agujero no existe, existen los Agujeros enteros. Los hombres guitarra somos un Agujero en el estómago. Cuando un Agujero veas crecer, no lo dudes, se nos revoluciona el papel. No hay Agujeros pequeños, sin mentes estrechas. No sólo Cristo tiene Agujeros en sus manos. El mejor Agujero no es el que todos tenemos, sino el que todos leemos. Si tengo un Agujero ya puedo meterme en él y no salir hasta que tire de la cadena.”


Un fotógrafo ambulante accitano: Joaquín Jiménez Caballero “El Agujero”


¿Quién no se ha sentido fascinado con la magia de la fotografía? Al contemplarse en ese trozo de papel, hoy evolucionada a imagen digital, no se ha preguntado ¿qué mago, genio o demonio que habitara en los mecanismos ocultos de una cámara, es capaz de capturar una instantánea de la realidad con la precisión del ojo humano? ¿Qué alquimia misteriosa, sirviéndose de la luz, es capaz de inmortalizar una vivencia, un acontecimiento histórico o cotidiano?

Pero no estoy aquí para desentrañar el misterio, ni destripar el mecanismo, porque soy profana en la materia y porque de libros sobre la historia y manuales sobre el arte de la fotografía están las bibliotecas llenas.

Me viene de pronto a la memoria el aforismo, sentencia o verso de Antonio Machado… “El ojo que ves, no es ojo porque lo veas, es ojo porque te ve.” Y me doy cuenta que explica de forma magistral la idea (aunque esta no fuera su intención original) de que el resultado de una buena fotografía depende fundamentalmente de un buen observador: el fotógrafo.

Entre los fotógrafos, quisiera recordar y homenajear humildemente a uno a quien conocí desde niña, que perteneció a aquel ambiente insólito de cuevas, cerros, secanos polvorientos, cal y luz, transformada en amaneceres lunares, mediodías cegadores y atardeceres dorados que fueron escenarios de mi niñez.

Joaquín Jiménez Caballero, popularmente conocido como “El agujero”, nació en Guadix, el 9 de junio de 1914, hijo de Ramón Jiménez y María Gracia Caballero. Fue el mayor de cuatro hermanos. A la edad de 14 años quedó huérfano de madre y comenzó entonces, imagino, su etapa de desamparo. Según me han contado sus sobrinos: Manolo y Rosalía, trabajó como arriero muy pronto, el oficio de su padre. Compraba y vendía distintos productos en los pueblos, transportados por borricos y mulas. Al poco tiempo su padre volvió a contraer matrimonio con una viuda, prima de su madre, que llevaba otros cuantos hijos de su anterior matrimonio. Y lo que pudo ser un remedio, se transformó en una pesadilla: su madrastra, al igual que la de los cuentos populares no fue justa con él y sus hermanos, haciéndoles pasar hambre y privaciones. La hermana menor, Ramona, que tan sólo tenía dos años al morir su madre, fue internada en el Colegio de la Presentación, donde tuvo el hogar que no pudo darle su padre.

Joaquín, como muchos jóvenes de su época, pasó de la niñez a la edad adulta sin más preámbulos. Hizo el servicio militar en África, en el territorio marroquí correspondiente al Protectorado Español en Marruecos, cuando la Guerra del Rif (1911-1927), originada por la sublevación de las tribus rifeñas de la región montañosa del norte de Marruecos, contra la ocupación colonial española y francesa. Quizá fuera aquí donde Joaquín tuviera la oportunidad de tomar contacto con la fotografía. Su familia no ha sabido decirme cómo aprendió su tío este oficio. Y se me ocurre que en la guerra de África pudiera tener contacto con algún reportero gráfico…, pero no son más que suposiciones. Lo que sí sé, de primera mano, ya que yo fui testigo presencial, es que Joaquín tenía su propio laboratorio.

Yo vivía en el barrio cuevero de la Minilla, al igual que él. Su cueva estaba en el terreno donde se construyeron las trescientas viviendas de protección oficial, la actual Barriada de Andalucía. Entonces estaba ocupada por árboles frutales, algunas cuevas, y una fábrica de escobas. Su cueva era acogedora, tenía su pequeño huerto y jardín, con varios rosales. Dentro de la cueva,  una habitación dedicada a su taller fotográfico, con una cuerda donde se sucedían las fotografías, colgadas con pinzas de la ropa, puestas a secar. Solía retratarnos fuera, donde desplegaba sus dos o tres lienzos pintados, con estanques de patos y jardines que le daban un toque exótico a las fotos y nos hacían soñar que habíamos viajado a esos lugares idílicos.

Nuestro fotógrafo se ganaba la vida con su arte, viajando con una moto de pueblo en pueblo y retratándonos a nosotros, los suyos, en los momentos claves: nacimientos, fotos escolares, primeras comuniones, ferias, corridas de toros… y otros acontecimientos de lo más pintorescos. Existen fotos dispersadas entre distintas familias, que reflejan la vida de una época, una identidad y unas costumbres que sin el testimonio de su trabajo sería difícil conservar. Y que merecen un recuerdo, una exposición, un homenaje. Aquí tienes el mío.



Gracias Joaquín, donde quiera que estés.



Carmen Hernández Montalbán

La Escuela Municipal de Flamenco de Guadix Presenta "El sombrero de tres picos" de Pedro Antonio de Alarcón


La Escuela Municipal de Flamenco de Guadix pondrá en escena el próximo 26 de Junio a las 20 h. en el Teatro Municipal "Mira de Amezcua" la obra versionada de nuestro paisano Pedro Antonio de Alarcón: El sombrero de tres picos. El montaje se ha inspirado en los de los ballets rusos de Sergei Diághilev, con coreografía de Leónide Massini y música de "Manuel de falla" que en su día se estrenó con gran maestría en el Teatro Alhambra de Londres el 22 de julio de 1919. El vestuario se ha recreado en gran parte a partir de los bocetos que Pablo Picasso hizo para esta obra. En esta ocasión contamos con el entusiasmo de los intérpretes y técnicos accitanos que somos memoria viva de los usos y costumbres que inspiraron la novela y con la de su magnífico director: Jesús Montijano que ha sabido captar y dirigir con originalidad esta obra de repercusión internacional. Esperamos una respuesta entusiasta de público.

Presentación del Libro "Pictorias para leer con lupa"

El día 23 de abril en la 6 Rue des Capucins de Lavaur de 10 a 22 h.
De izquierda a derecha: Carmen Hernández Montalbán y Paul Rey


El día 21 de abril de 2011 en el Instituto Cervantes de Toulouse a las 18,30 h.
De Izquierda a derecha: Carmen Hernández Montalbán y Paul Rey

El día 11 de marzo de 2011 en el Patio de la Escuela de Arte de Guadix a las 20,30.




De izquierda a derecha: Paul Rey, Luis Muriel, Carmen Hernández, Fernando Ortiz y Julio García.

"Pictorias para leer con lupa" de Carmen Hernández Montalbán / textos y Paul Rey / pinturas"


Lugar: Centro Trópolis de Alcudia, en el Valle del Zalabí (Granada)
 Presentación del libro: Día 21 de abril, a las 19 h.

"Pictorias para leer con lupa" es el resultado del trabajo conjunto de la autora de los textos en castellano y del pintor que, en una simbiosis creativa, han ido inspirándose mutuamente. Unas veces han sido los trabajos literarios los que han inspirado los cuadros y viceversa. El microcuento, por sus características propias (su brevedad, su polisemia, su trasfondo del esbozo), parece predispuesto a que una pintura lo provoque. La temática es diversa, desde la ficción pura, el discurso social, la crítica, hasta el guiño poético.
Las pinturas figurativas, frescas y metamorfoseadas, no pretenden en su origen ilustrar los textos, como tampoco los textos dejan de tener sentido sin éstas. Más bien son dos expresiones complementarias que, como dos piedras arrojadas al estanque cuyas ondas se propagan y se entrecruzan, buscan nuevos registros semánticos susceptibles de ser decodificadas de modo libre y aleatorio por receptores diversos.
La traducción de los microrelatos al francés ha sido una tarea doblemente complicada, porque si ya la traducción literaria, a diferencia de la traducción de otro tipo de discurso entraña una enorme complejidad, en este caso además debe enfrentarse a un género cuya carga de significado queda implícita en su brevedad, sumergida a modo de iceberg en la mera sugerencia del significante.

GENEALOGÍA