EL CONJURO (Relato breve)


EL CONJURO

"Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad"
Albert Einstein (1879-1955)
           
Eres la causa de todas mis desgracias, a pesar que te rehúyo como a la peste, tú insistes en inmiscuirte  en mi vida, atropellando lo que más me importa. ¿Qué puedo hacer para que de forma pacífica desaparezcas de una vez por todas de mi horizonte? He venido a buscarte a este lugar que tantas veces me ha hecho temblar de miedo. Hoy me atreví a visitar el tugurio donde has establecido tu imperio. Tienes una mirada hipnótica, unos labios que invitan a la lujuria, un sabor que promete paraísos que conducen a la perdición. He entrado en el reino de la angustia y la desesperación para encararte.
            ¿Recuerdas? Fue aquella tarde, apareciste como tantas veces en su camino. Me contaron que habías estado riendo con él todo el día. Él tenía la mirada soñadora de los poetas y caminaba junto a ti mientras nevaban copos algodonados, como el mundo que tanto anhelaba. Tú le dabas pasaporte a la muerte, mientras yo, sentada en una cama, veía a mi madre llorar un rosario de desdichas.
            Ese día decidiste nuestro destino, nos condenaste a vivir bajo el yugo de la incertidumbre. Por un tiempo, permaneciste agazapada, deleitándote con el panorama, sembrando los futuros embriones del infortunio.
            Y aquel otro día…  ¿Te acuerdas?, entraste con ella en casa de repente, en su cara de pavor te reconocí de nuevo. Me pregunté en aquel momento desde cuándo ella te conocía y te reproché llorando por qué te atrevías a cebarte con la más débil.
            Y por último aquella otra…, también la ciudad se cubría con un manto de nieve. En aquel escenario de sueño nos sostuvimos la mirada durante algunos segundos. Allí estaba él, su brillo era el más dulce que jamás reflejaran mis ojos, y mi piel se erizó presintiendo la caricia de la suya. Le reconocí enseguida.
            No volví a verte en varios días, tú tejías bien los hilos, dejándome soñar con un encuentro imposible. De forma descarada otra tarde  ¡cómo te gustan las sorpresas vespertinas!, cruzaste la puerta de un café arrastrándolo de repente a mi lado. Adiviné en él la mueca cínica y burlona de tu semblante, victoriosa, a sabiendas que no podría dejar de amarlo a pesar de los pesares.
            No he venido aquí a suplicarte, ni siquiera a retarte, ni a jurarte que algún día te ganaré la partida. No me seduces como a ellos, a los que más estimo. No quiero verte más, no te convertiré en protagonista de ninguna de mis tertulias. Tú no eres nada para mí, así vertida en cristal te crees la reina de la tierra, pero eres tan vulgar como un cartón de Tetrabrick, tan arrugada como una bota, y yo, no voy a descorchar nunca más la botella de tus miserias.

Texto: Carmen Hernández Montalbán
Dibujo: Elena Hernández Torres


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