Toda
mi vida es un engaño. Ya lo decía mi madre: “Tenías que haberte llamado
Mariana”. Pero no. Y menos mal que las cámaras fotográficas de la época no
retrataban en color, porque me pasé mi primer año de vida emperifollado en ropa
de color rosa, no estaba la vida para dispendios. Ya empezamos mal. Y la cosa
no mejoró porque esa virilidad “adquirida” a última hora en el momento del
parto fue puesta en entredicho años más tarde por la que fue mi esposa. De
acuerdo, no es que sea un hombre con mucha personalidad, pero tampoco es
cuestión de partirse la cara con todo el mundo por una tontería. “Mariano, que
nos están robando el coche, en nuestras narices”- me decía. ¿Y que quería que
hiciese?. Prefiero ir a poner la denuncia sobre mis dos piernas, y no en silla
de ruedas porque encima me den una paliza por intentar luchar con un tío que me
saca la cabeza (creo que podría haberlo hecho si se lo hubiera propuesto, pero
literalmente). “Pero Mariano, por lo menos pide ayuda”- me insistía. Ella
gritaba mucho más fuerte que yo, eso lo había demostrado en múltiples
ocasiones.
El
caso es que Lourdes no fue una mala esposa. Tuvimos 2 hijos, pero no parecían
míos. A ver, no quiero decir que no lo sean. Luisito es calcado a mi de
pequeño, no creo que otro hombre fecundara ese óvulo (al menos ese no), y
Martita ha heredado de mi los tics y el sentido del humor algo cínico. Quiero
decir que desde muy pequeños les inoculó el veneno de la alienación parental.
Nuestro divorcio fue un auténtico desastre, una lucha de titanes por un simple
marco para fotos, palabras gruesas por teléfono cada vez que me tocaba quedarme
con los niños los fines de semana alternos. No soportaba la idea de que les
diese un capricho, de que salieran por un rato de su “ordeno y mando”, de su
férrea educación.
En
el fondo, para ser sincero, fui yo mismo quien provocó toda la avalancha que
terminó con nuestro divorcio. Nuestra vida sexual fue de más a menos en
cuestión de meses una vez que nacieron nuestros hijos. Tampoco es que antes
hubiera sido especialmente activa, todo hay que decirlo, pensándolo bien, creo
que para ella era un mero trámite hasta haber alcanzado su objetivo vital de
ser madre. Una vez que la parejita se adueñó de nuestro tiempo libre, me vi
desplazado a un segundo, a un tercer plano. Me diluía en la rutina de los días,
en las apreturas de la hipoteca. Y para colmo, no podía llenar esa vida fútil
con una distracción, una afición, un interés concreto en algo que me
distrajera.
Mi
falta de interés me llevó a la biblioteca buscando refugio en la lectura. Allí
conocí a Elena, la inquietante bibliotecaria que me atendía casi a diario.
Podía haberme fijado en otra chica más voluptuosa, más apetecible a simple
vista. Sin embargo, aquella menuda mujer de perpetua sonrisa era capaz de
tenerme pegado a su mesa durante horas recomendándome todo tipo de material.
Era un pozo de sabiduría, mucho más inteligente que yo, y sus labios se movían
a una velocidad endiablada, lo cual provocaba un mí un incontenible cosquilleo
en las gónadas. Un día se me ocurrió proponerle llevar estas disertaciones a la
cafetería próxima, por el bien del resto de usuarios que hacían cola detrás de
mi impacientemente. Me sorprendió tanto su rápida aceptación a mi invitación
como sus impulsivos movimientos pélvicos sobre la cama de su pequeño
apartamento. Fueron unos meses intensos, de mentiras y de excusas para
alimentar nuestros deseos más primarios. Cuando le dije que mi mujer quería
divorciarse porque sabía lo nuestro, su interés por mi se redujo a cero de
forma inmediata. Sin el aliciente, sin el morbo de saberse la “querida”, Elena
desapareció de escena. No concebía su vida en pareja, y menos con un tipo como
yo, por muy bien que follara (palabras textuales suyas). Entelequias 2/2
Ni siquiera mi perro es mío. Rufo llegó un día a mi casa hecho una
bola de peluche en la mano de mi hermana. ¿”A que es mono?”-dijo dejándolo caer
sobre mi regazo. Se supone que lo cuidaríamos mientras ella estaba de viaje de
bodas, era un regalo de una amiga. Pero ya nunca más salió de casa, y la bola
de peluche creció y creció, y fueron los peluches de mi hija los que lo
padecieron en sus propias fibras, porque el jodido perro no dejaba de
restregarse contra ellos. Así que un día Lourdes decidió castrarlo. No hemos
vuelto a gastar un céntimo en peluches.
Como
decía, soy un auténtico fraude. Mis escasos estudios de un módulo de
contabilidad se convirtieron en una Diplomatura en mi currículum vitae por arte
de birlibirloque. Eso me permitió acceder a un puesto en la aseguradora. De
todas maneras, allí, el que más o el que menos viene rebotado de cualquier otro
tipo de trabajo. Esta la cosa tan mal que tengo auténticas eminencias como
compañeros de ventas. Tanto talento desaprovechado, y en cambio tanto
aprovechado sin talento escalando puestos. En fin, no seré yo quien tire la
primera piedra.
Fíjense
si mi vida es un embuste que hasta mi propio apellido es falso. El abuelo Elías
creció en una familia humilde. Desde muy pequeño sabía que aquellos no podían
ser sus hermanos porque su piel cetrina y su cabellera negra poco tenían que
ver con esas testas pelirrojas. En su documento de identidad figuró hasta los
21 años el apellido Expósito, nunca fue adoptado oficialmente por los padres
que lo criaron, aunque siempre lo trataron como a uno más, sin distinción en
trato entre “hermanos”.Entonces decidió cambiar su apellido por el de Aguirre,
por aquel explorador que ansiaba encontrar su propio paraíso en aquellos
territorios inexplorados. Convino en que era hora de pasar página, que las
carencias que pasó en su infancia y juventud habrían de tocar a su fin. Pero
sus ganas de comerse el mundo se vieron truncadas por el accidente en el que
quedó lisiado de una pierna al ser atropellado por una moto. Se tuvo que
conformar con una vida humilde, un trabajo humilde, un humilde “paraíso” junto
a mi abuela, todo corazón y coraje para sacar adelante a la familia.
En
honor a la verdad, tengo que decir que nunca he tenido especial apego a las
cosas materiales, me da asco esa gente que muere gorda y rica sin haber disfrutado
realmente de la vida, sólo pensando en acapararlo todo, ese “yo más que tú”
como principio vital. Pero ahora que me pongo a pensar, resulta que yo he sido
el paradigma del extremo contrario. Por enumerar algunas cosas “no mías” diré
que la hipoteca de la casa la sigo pagando religiosamente, a duras penas,
aunque su uso y disfrute está asignado a mi exmujer e hijos hasta la mayoría de
edad de estos, y para eso todavía falta bastante tiempo. El coche que venía
usando hasta hace poco está a nombre de mi suegro, pues me convenció de que
podía obtener un mejor precio y ventajas fiscales como discapacitado que es.
Ahora soy un asiduo del autobús, claro está. Sigamos. Casi toda la ropa que
visto en estos momentos es de segunda mano, hasta ese punto hemos llegado, el
mechero lo cogí de la barra de un bar, el paraguas, de la puerta de un
restaurante, y las maquinillas de afeitar las robé en el supermercado. ¿Se
puede caer más bajo?.
Desde la pequeña y mugrienta habitación
de esta pensión se ven las copas de los árboles, ni siquiera desde aquí se ve
un horizonte despejado. Los pájaros vuelan libremente, de rama en rama,
despreocupados, libres. La tormenta puede arrasar su nido en cualquier momento,
pero no es una tragedia para ellos, simplemente es volver a empezar. Me
gustaría poder ser como ellos, y recomponer con ramitas mi destrozado nido, mi
destrozada vida. La ventana está abierta, nadie mira, a nadie le importa, nada
tengo ya que perder. Cuidado ahí abajo...
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