Poemario "Cisne esdrújulo" de Antonio Enrique

POEMARIO “EL CISNE ESDRÚJULO DE ANTONIO ENRIQUE

Ha llegado hasta mí una bailarina hecha poema, un cisne esdrújulo que ya, desde el título de por sí sugerente, insinúa literariamente la imagen de la danza, pero no de una danza cualquiera, sino de una danza con mayúsculas, la de la sin par bailarina en la que se inspira el poeta Antonio Enrique y a la que va dedicado el poemario, nuestra querida amiga Trinidad Sevillano.
Es un cisne blanco, ingrávido; por cuyas venas se conduce la luz del talento, ese talento incandescente que da personalidad al movimiento. Y es esdrújulo porque es un movimiento llevado a su máxima calidad expresiva. La bailarina es expresión desde el rostro a las puntas.
La poesía de Antonio Enrique en esta ocasión, es una danza continua de pasión y admiración, dotada de la belleza estremecedora de las palabras certeras que emanan del sentimiento. Cada uno de los versos, es un arco de violín que hace vibrar las cuerdas de la emoción, de la alegría al llanto, de la ternura a la melancolía, de la esperanza a la más absoluta desolación. Es la música de una partitura que se reescribe con cada lectura, una sinfonía inagotable en la que intervienen los cuatro elementos: el agua ingrávida y blanca de unos copos de nieve, el fuego de un cuerpo; una energía perfecta en combustión permanente, el aire donde se origina el movimiento y finalmente la tierra; centro magnético donde gravita el equilibrio.
La poesía de Antonio está dotada de una elegancia sin parangón que se acentúa en este poemario. Una poética rubricada por las ilustraciones del pintor Miguel Rodríguez Acosta, figuras sensuales de una gran calidad estética, resueltas en unos pocos trazos.
El resultado ha sido una hermosa obra orquestada por un talento rotundo.



(X)

Yo conocí una vez a una bailarina
suave como la luz de noviembre,
gentil como una canción en medio del yerbazal.
Gentil como una paloma que comba el buche
y suave como el arpegio de la lluvia en los tejados,
era el delirio de mis sueños,
la delicia de mis horas,
la fiebre en que yo iba volviéndome
del color de la pasión.
La bailarina no sabía sino bailar,
y cuando no, era como la nieve lejana,
horizonte durmiente con pájaros limpios
que apenas rozan la tierra
con la sombra de su esplendor.
Yo amé una vez a una bailarina,
hace tanto tiempo que mi alma aún se sobrecoge.
Los brazos de la bailarina me acogieron
y yo me sentí el más feliz de los mortales.
La bailarina vino a mí un día de otoño.
Hacía niebla en mis ojos y lluvia en los caminos.
Recuerdo ahora tus manos, tus ojos,
tu cuerpo de yema de nardo,
tus piernas, tus vértebras,
el dulce ópalo de tu cintura cimbreante,
y me digo: bien estuvo vivir, bien se está,
si el último pensamiento fuese
el sencillo calor de tus entrañas que temblaban.
Una vez amé a una bailarina, y la bailarina
amó a su poeta como quien al despertar
recuerda que fue nieve pero no olvido,
fuego pero no humo, polvo pero no nada.


(De Cisne esdrújulo de Antonio Enrique)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

GENEALOGÍA