Mala pasada, por CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN




Frente al folio impoluto, la angustia lo asaltó desprevenido. La responsabilidad, como una losa plúmbea, cayó repentinamente sobre su ánimo. Había llegado la hora de que el fruto de su esfuerzo se viera reflejado en aquel papel. Demasiado tiempo invertido, un tiempo precioso que cualquiera que fuese el resultado, jamás volvería a recuperar. La cifra del dinero invertido en su preparación parpadeaba, iluminada de rojo en su conciencia. Un zumbido de oídos de origen aprensivo diluyó por segundos cualquier sonido. Los temas elegidos por sorteo tardaron una eternidad en ser procesados por su entendimiento. El pupitre de formica avellana  comenzó a balancearse ilusoriamente ante su vista. El impulso fue el de huir, abandonar aquel salón de actos cuanto antes, pero se contuvo e hizo un último intento de controlarse. La información se le agolpó en la memoria  como un amasijo de de datos en el transcurso de unos segundos. Improvisó el comienzo con retales de párrafos deslavazados que intentó hilvanar sin demasiado éxito. Avergonzado de tanto plagio de expresiones, tachó tantas palabras que terminó por fusilar las frases. El tiempo avanzaba con una rapidez inmisericorde. Al fin se hizo la luz y comenzó a recordar con una nitidez asombrosa, los conceptos se precipitaban al fin pujando por salir, mientras el cerebro daba las órdenes a su mano con la velocidad del rayo instándole a escribir y cuando estaba a punto de hacerlo, escuchó la voz que lo devolvió a la realidad ¡Entreguen sus guiones, la película ha terminado!

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