A tres poetas, por CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN.

A Federico García Lorca



Es tan grande tu alegría 
cuando a tu risa me asomo, Federico
que se transforma en agua la palabra,
se inclina mi espíritu y mi humilde homenaje se derrumba.

¡Federicooo!
Ya corre tu nombre por la laderal del Darro,
moreno nombre que golpea todas las puertas de Granada.
Y huele a nardos el aire,
aunque hoy llueva en Nueva York
y las grandes avenidas te alcen los brazos pidiendo socorro.

Federico, 
qué dulzor de canela hay en tus ojos,
que sabor a pan moreno para el pobre en tus manos.

Se secó la tinta de tu pluma y desde entonces,
papeles blancos como palomas se han quedado dormidos,
el paisaje se ha hecho inmortal,
las cosas se han quedado quietas,
y un grillo espera paciente que vuelvas para ofrecerte su canto.


A Juan Ramón Jiménez



En lo quieto, 
en esa quietud de cielo que mece estrellas,
en el sosiego de las tardes de manzanilla y clamores de riachuelo,
en los bastidores,
donde mujeres derraman flores, te recuerdo Juan Ramón.

En la quietud,
en las noches oscuras
donde alaridos de perros roen la tierra,
en ese sol que cava un gallo de madrugada,
en el viento que debora esquinas
y roba niños en las casas blancas,
te presiento Juan Ramón.

En lo que no tiene imágen,
en mi corazón o garabato sin nombre,
en esa vida que duele toda,
en las rosas que me quedan que aprender,
en los amaneceres que me faltan por soñar,
en todo lo que me aproxima a tí, maestro Juan Ramón,
yo te hago un verso,
y pongo una flor blanca en tus tiernas manos de poeta.



A Miguel Hernández



Hay quien no sale de la sangre,
del sino sangriento que lo empuja,
hay quien intenta transformar toda una lluvia de puñales
en simiente de trigo, todo en vano.

Paredón contra el huracán desordenado e irracional de la codicia,
blanco preferente de la ira del tirano,
cuanto más transparente un alma, mas perseguida,
más humillada,
más desecha.

El tiempo se puso amarillo sobre tu fotografía
y el cuchillo carnívoro no cesa,
pues el rayo que te habita vino a quedarse desde tu nacimiento.

Miguel, 
sólo en la tierra late tu aliento,
ahora la tierra es un camino que te lleva,
donde vino a desembocar tanta calavera,
tanto corazón de terciopelo ajado,
tanto humano que en el animal humano persevera.

Desde aquí recojo tu abrazo de soldado,
que no tuvo más arma que la voluntad de la justicia,
y el aire comenta que no fue en vano tu destino de amapola.


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