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Imaginemos,
por un momento, la vastedad de la Vía Láctea. El viaje de los astros en la
noche más sombría. Espacio frío, oscuro, silente. Lugar ignoto, perturbador.
Tal es el punto de partida del poemario que ahora tienes en tus manos. Espejo
del cosmos, su autora nos sumerge en la negrura de un abismo sideral. Abismo
que es origen de la Tierra y de la vida. Abismo que es el nuestro y que los
versos perpetúan con desgarro, recordándonos que fuimos, que somos, que seremos
polvo de estrellas.
Siguiendo
la estela de La luz del fin de la Tierra,
tres son las partes que componen este libro, tres hitos que transitan de la
bruma hacia la luz.
Los anillos de Saturno, primer acto, nos
arroja al precipicio que separa la cordura y la locura. Cada poema deja huella
en la memoria, como cola de cometa sobre el cielo. Pujante, emerge Carmen,
perfora el alma su poesía. Hay denuncia en la voz, hay desgarro, suave
aspereza, sutil metáfora impactante. Profunda sencillez que lanza un dardo al
corazón. Los versos se revisten de belleza para darnos un hachazo en las
entrañas que nos haga despertar a la conciencia. El de Hernández Montalbán es
un mensaje poderoso sin aristas ni estridencias. Sí, el sueño de la razón produce monstruos. Esa razón abotargada que,
acaso sin saberlo, nos conduce a la locura destructiva de las armas.
El hombre,
en su carrera frenética, huye de sí mismo, se aleja de la tierra —su esencia—,
y el mundo se convierte en desenfreno sinsentido. Blande su filo la demencia.
El delirio nos persigue como sombra. La deshumanización convierte al ser humano
en predador de sí mismo. Así refleja Carmen su metáfora: ángeles caídos, sin
memoria. Perdidos los recuerdos, simplemente, no somos. «La intrahistoria es Existo», sentencia la accitana.
El tiempo
es un testigo ya cansado de hecatombes. El mar es tiempo de agua que contempla
los escombros.
En Los anillos de Saturno, el cielo se
amortaja, la luz se opaca. Aquella Luz
del final de la Tierra se ha apagado, de súbito. El poema es la llamada de
socorro a la cordura que nos saque del naufragio irremisible.
El mercader alado, segunda parte del
poemario, es una crítica social sin paliativos. Hernández Montalbán no da
respiro y acentúa la firmeza de su canto nunca rudo. Las palabras son caricias
que estremecen, cargadas de mensajes milenarios, dictadas con serena contundencia.
Se exhibe lo vacuo, lo superfluo, lo estéril, el artificio en que vivimos,
confundiendo lo virtual con lo real. Desidia y hastío, apatía de un ser humano
decadente y conformista, abúlico.
El libro
nos ofrece algún chispazo de humor negro, cual flechas que despierten al
mediocre refugiado en la manada, reclamo al alma y la conciencia. Los poemas de Carmen nos escupen las verdades
a la cara, y al tiempo dejan posos de hermosura. Nada de edulcorantes.
Con Las lágrimas de Venus acabamos este
viaje literario. Poco a poco retorna
la luz. Regala un canto a lo fugaz de la existencia, al deseo. Los hombres se
diluyen y dan paso a otras criaturas más amables: gatos y árboles. La magia de
los libros cual refugio. Y el amor: la brújula que guíe nuestros pasos al
origen. Al sentimiento redentor.
«La luz vence la niebla,
iluminando el sendero oscuro del espíritu.»
Los anillos de Saturno nos incitan a
vivir con plenitud, mirarnos piel adentro y rebelarnos ante un mundo
artificial; cantar al sentimiento y regresar a lo que somos: razón y emoción.
El origen habita en lo puro. Carmen Hernández nos desnuda las miserias de los
hombres, sondea sus almas, y, sin recurrir a la anestesia de eufemismos, nos
muestra una mirada dolorida, luminosa, subversiva, esperanzada.
Eduardo Moreno Alarcón
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