La poesía se nutre en gran parte de la curiosidad, como todo
conocimiento, se alimenta de curiosidad y de la búsqueda de respuestas. Las
personas con talento guardan en su mente una vorágine de interrogantes,
reflexiones y emociones que son constantemente catalizadas. Los poetas, las
poetas, utilizan un lenguaje diferente al convencional para expresar una idea,
un sentimiento, una experiencia…, y ese
lenguaje tiene el poder de evocar, conmover, impresionar al lector. El lector
es la caja de resonancia donde reverbera la obra poética. Por eso, la poesía
que no nos deja impasibles es la buena poesía. La de Rosa Berbel es buena
poesía, más aún cuando la obra de esta joven poeta es su ópera prima.
Ella, con su primer poemario: Las niñas siempre dicen la
verdad, ha sido galardonada con el Premio Antonio Carvajal de Poesía
Joven 2018.
La primera parte de Las
niñas siempre dicen la verdad de Rosa Berbel, representa la mirada
retrospectiva del adulto que ha mudado la piel de una adolescencia reciente y
la observa con cierta perspectiva, entre la nostalgia y la rebeldía. Sus versos
rotundos acentúan la resolución de dejar atrás una etapa, cuyos vestigios
disecciona la autora en doce poemas. Tal determinación queda explícita en el
título que engloba esta primera parte: Quemar
el bosque.
Rosa Berbel hace un ejercicio poético de abstracción al
plantear los poemas a manera de imagen, pintura, fotografía o secuencia
fílmica, que le sirven para tomar distancia de las emociones y los recuerdos: “Estamos en el centro de la imagen, /
nuestros rostros pequeños en el centro de todo / con una luz encima”.
Los poemas, de asombrosa madurez, incisivos como el bisturí
que hundiera su hoja afilada en la realidad; la realidad que se revela bajo el
nuevo prisma de una adultez temprana. Aspectos de una realidad que no parecen
hacer cogido a la autora desprevenida sino bien pertrechada para encararla.
Destaca en esa primera parte la toma de conciencia de su
condición de mujer: ¿Qué pasaría si
ahora, de repente, / el león-mujer saliera de su espacio / y arañara a los
hombres con sus zarpas, / y escribiera sin manos su sentido?.
Planes de futuro es como se llama la segunda parte
que se abre con un conciso y extraordinario poema-metáfora en la que pone de
manifiesto el poder de la palabra y la imagen para conjurar los acontecimientos
venideros advirtiéndonos de que el camino se hace andando y que nuestros pasos
van marcando la ruta: Siempre, sin
ninguna excepción, / la imagen crea el acontecimiento. / Cuando digo mañana nos
convoco.
En la segunda parte del poemario, Rosa nos avisa de la
esclavitud de vivir pensando en el futuro, dejando escapar el presente en su
plenitud. Nos invita a salir, aunque sea alguna vez, de nuestra zona de confort
y aventurarnos. Subraya esta idea en todos los poemas en los que se plantea la
incógnita del devenir y lo que esto puede significar para una persona joven
deseosa de experiencias: “La suerte del
amor es ese instante / en que vuelves a casa / como un niño / y te preguntas de
nuevo cuánto falta / cuánto falta otra vez / para el futuro.” O “Dejar que entre la luz /dejar que entre la
luz / y te despierte”
Sala de espera para
madres impacientes, título
que lleva el único poema, extenso, de la tercera parte. En ella, Berbel
propicia un escenario cercado, obstaculizado: la sala de espera de un hospital
en el que unas mujeres se debaten y debaten sus conflictos y la situación
espacio temporal las obliga a romper sus rutinas y sus roles.
Su poesía, cargada de simbolismo e inconformismo cuestiona
unas reglas sociales caducas, rompiendo clichés tanto en el concepto como en la
forma, por eso es tan singular e interesante esta obra.
Carmen Hernández Montalbán
Publicado en Ideal de Granada, el 1 de marzo de 2019
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